“¿Quién es esa cabra”
El “curso” teatral del Palacio de Festivales tuvo su jornada inaugural, en la Sala Pereda, con la puesta en escena del texto de Edgar Albee ‘La Cabra o ¿Quién es Sylvia?’. Se trata de la primera dirección escénica del que es también protagonista del drama al tiempo que traductor del título original: José María Pou.
Nos encontramos ante una obra que reparte, en igualdad de condiciones y proporción, la comedia casi del absurdo con el drama más desgarrado que podamos sospechar. Imaginen lo cómico y lo dramático que tiene el asunto que se nos propone: un hombre enamorado de una cabra se enfrenta con su existencia y ve como todo se desmorona a su alrededor. ¿Es él la causa? ¿Evitables sus emociones? En la presentación de la obra su director comentaba que éste era “el mejor texto teatral que se había encontrado en los últimos 20 años”. Es claro que el asunto que nos plantea y la forma en que se desarrolla no puede dejar indiferente a nadie. La energía se trasmite desde la escena, la entrega y la implicación necesaria para hacer que nos quedemos pegados a la butaca y que experimentemos la tensión y la tragedia –en el sentido clásico del término- de la obra. Y es que de clásico tiene mucho esta ‘Cabra’ si recordamos las normas aristotélicas aprendidas en el instituto: clara en el tema, con unidad de tiempo y también de espacio en tres momentos bien articulados.
Los actores viven al servicio de un texto rotundo en si mismo, no por la anécdota que conduce su argumento sino por todo el contenido que va desgranando en cada nuevo diálogo. No es una cuestión de buscar la credibilidad constante, pues hay momentos en los que se exige histrionismo a los personajes expuestos al límite más absoluto. Es más una intención reflexiva que emplea multitud de herramientas y recursos para comunicar e involucrar al público. José María Pou se manifiesta soberbio, planteando su presencia escénica desde una cierta apatía física que le va conduciendo hacia la entrega emocional más potente. Mercè Arànega rebusca más en la pantomima en un papel muy difícil y complejo que la exige un constante cambio de registro y una absoluta complicidad con su compañero.
La producción se articula en un espacio único bien vestido y sin artificios escénicos, desnudo de música y bien iluminado para centrar toda nuestra atención en los personajes. La adaptación es fiel y funciona en el diálogo a pesar de contener momentos de literatura muy profunda.
Y hablando de diálogo, y del directo, en su estreno el pasado viernes Pou tuvo que interrumpir su trabajo para sacar los colores a aquellos aventureros que aún siguen dejando sus móviles encendidos durante una función de teatro. Sonaron un par de ellos: el pan nuestro de cada noche. Finalmente el actor catalán nos lo dijo bien claro, a pesar de tener que romper las unidades aristotélicas e interrumpir la obra: “no es por los actores, es por ustedes, por respeto a todos los espectadores”. ¿Seguirán sonando? Seguramente.
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