Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

jueves, agosto 31, 2006

“Dutoit y la Royal Philharmonic”

Las etapas se van sucediendo y a todo comienzo le llega su final. Así, el Festival Internacional de Santander propuso su cierre a la edición 55 con la presencia de la ‘Royal Philharmonic Orchestra’ dirigida por Charles Dutoit. Un encuentro sinfónico que colmó las expectativas de un público que, una vez más en la clausura, llenó hasta la bandera la Sala Argenta del Palacio de Festivales.
Como es costumbre, las últimas jornadas del Festival nos ofrecen cada verano la oportunidad de escuchar a grandes formaciones orquestales dirigidas por carismáticos nombres del mundo de la música. Orquestones, en tamaño, historia y resultados, que gustan y hacen vibrar a una audiencia llena de ganas de este tipo de repertorio tan inusual el resto del año en nuestros escenarios. El programa nos brindó obras de Sibelius, Stravinsky y Tchaikovsky, en todos los casos con un alto nivel interpretativo y el sonido compacto y redondo de una formación estable desde hace tanto tiempo.
La Suite Karelia del nórdico resultó un enérgico arranque para la velada. Los ingleses imprimieron dinámicas bien diferenciadas y un empaste admirable en la sección de cuerdas. Su sonido fue, en este momento y a lo largo de todo el concierto, brillante y afilado, sin sufrir la carga de ser una formación de casi un centenar de instrumentistas supo moverse con la soltura exigida por la peculiar batuta de Dutoit. El ‘Concierto para violín’ de Stravinsky nos presentó a la solista Chantal Julliet que desarrolló con muy buena técnica la compleja partitura del creador de ‘El pájaro de fuego’. Tal vez el sonido de su instrumento resultara un punto pequeño en relación con el conjunto lo que confirió un carácter algo plano a un concierto que, realmente, no fue así. La propia esencia de esta pieza exige tanto de su intérprete que nos acostumbramos rápido a las dificultades y el virtuosismo desde el principio.
En la segunda parte la hermosa ‘Sinfonía nº 4’ de Tchaikovsky. Obra rotunda y pedagógica, sobre el sonido y las secciones de una orquesta, que conmovió una vez más a la audiencia despertando el aplauso torrencial al final de la última nota. La orquesta profundizó en sus capacidades y nos dejó un buen sabor de boca para esta última jornada. Igual con el bis de Glinka que arrancó como había sucedido con el concierto: con el estrépito de un Scherzo vibrante y potente.
Les decía más arriba que Charles Dutoit era peculiar en la dirección. Su batuta estuvo atenta a las necesidades de la partitura pero con un gesto grácil, casi bailable, que ayudó perfectamente a seguir la música también en sus manos. La sonrisa y la aparente proximidad con los músicos fue agradable en un punto festivo y amable. Entendió las obras, las hizo entender y sacó un gran sonido de los de la Royal Philharmonic. ¿Qué más se puede pedir? Al escuchar la última nota del bis se me cruzó por la mente un pensamiento: esta será la última sinfónica que escuchemos por aquí hasta el año que viene. Qué lata.

miércoles, agosto 30, 2006

“Verdades puras y verdades a medias”

Acercándonos al final de la 55 edición del Festival Internacional de Santander, la presencia de Cruceta Ballet Flamenco ha venido a trufar la habitual secuencia de grandes orquestas que, en otras ocasiones, ocupan habitualmente estas fechas. Desafortunadamente el estreno de “En Rojo” no ha supuesto ningún hito interesante para la historia del Festival ni mucho menos un refresco visual a las grandes citas sinfónicas que se sucedieron antes y después de su estreno.
Desconozco si el precedente de esta coreografía, la estrenada en 2003 bajo el lema ‘En Rojo Vivo’, tenía mucho en común con la que ahora nos ocupa. Lo que es cierto es que la nueva oferta no logra conciliar, en la forma deseada, los elementos de danza flamenca y de ritmos populares urbanos que sobre el papel parecían tan apetecibles. La incómoda sensación de estar presenciando un “quiero y no puedo” sobre las tablas, en lo que a discurso dramático se refiere, hizo que quien les escribe únicamente hallara el disfrute en los episodios más naturales de la coreografía de Cruceta: aquellos de corte más tradicional y clásico del arte flamenco.
La primera parte del espectáculo nos sitúa ante una escena “industrial”, embebida en sonidos graves y profundos y ritmos intensos procedentes del hip-hop y de la música electrónica. Una situación que anunciaba que íbamos a ver algo nuevo pero realmente ya visto en otras ocasiones: La Fura dels Baus, Rafael Amargo, Aida Gómez… ya nos contaron, en este mismo escenario, cómo cruzar estilos pero sobre todo la forma adecuada de narrar algo interesante. Aquí lo estilos sí se cruzaron pero el espectáculo, como organismo unitario, se desmembró en retazos difícilmente articulados: vídeo proyecciones, sombras, elementos escénicos con los que trabajar, músicos dentro y fuera del escenario se sucedían sin una lógica de conjunto. Se respiraba un cierto aroma de querer situar el contenido de la escena en una coordenadas modernas, pero faltaban alguna de las abcisas. El final, con el cuerpo desnudo del bailaor, se nos antojó un giro más, inesperado, de vestir –desnudando en este caso- la propuesta de elementos simbólicos que cayeron por falte de base, de fondo.
Lo mejor, y fue muy bueno, lo encontramos en el baile de Mariano Cruceta, cuando lo hizo solo y derrochando la fuerza y garra de sus tacones, también en sus encuentros con Loa Greco. De entre los bailarines de ‘hip-hop’ Mariví Civera desarrollo sus habilidades con un estilo muy plástico destacando de entre sus compañeros. La banda de directo, curiosa en su disposición pero muy efectiva con el profundo sonido del bajo y la deliciosa guitarra de Carolina Planté acompañó el cante de ‘El Bocadillo’. Los tres hicieron mucha música y muy buena. Algunas imágenes visuales fueron impactantes, como las sombras ocultas bajo la sábana de raso o la sombra proyectada de Cruceta sobre la dicha tela.
Hay mentiras que esconden mucha verdad y verdades que guardan dentro una mentira. Este ‘En Rojo’ que fue estrenado en el Palacio de Festivales el pasado lunes guarda verdades muy puras junto a otros elementos que tienen más de apariencia que de contenido, verdades a medias. Del mismo modo les digo que hubo muchos que se le posaran muy bien y que vitorearon a la compañía. Tal vez sea yo el confundido o sencillamente el defraudado ante las expectativas

jueves, agosto 24, 2006

“Un ‘Requiem’ universal”

El Festival Internacional de Música y Danza de Granada y el Festival Internacional de Santander, los dos veteranos de los encuentros musicales veraniegos de nuestro país, encargaron al compositor granadino José García Román la composición de un ‘Requiem’. Hace unas semanas, tras cuatro años de trabajo, se estrenó en Granada. El martes tuvimos la oportunidad de conocerlo en Santander. Una experiencia inolvidable.

La composición hoy en día, los contemporáneos, muchas veces se olvidan del público y se encierran en obras interesantes en sí mismas como hecho compositivo, pero ajenas a quien las recibe. García Román ha creado, ni más ni menos, que un ‘Requiem’ que se ha situado, tras su estreno, a la altura de los más grandes de la historia del género en la música occidental. Una obra extensa y profunda que desgrana en sus doce números inquietudes musicales y vitales, perspectivas metafísicas y otras más cercanas. Una obra completa y arrolladora en su orquestación y puesta en marcha. El sonido, manejado y escudriñado por García Román, nos fue hipnotizando y llevando por la senda espiritual de su argumento. Al final tres campanas anunciaron que la obra había terminado, yo les confieso que en esos instantes una emoción muy hermosa recorrió mi cuerpo y salió al exterior en forma de lágrimas. Atrás quedaban dos horas y media muy intensas, para todos.

La obra que nos ocupa es ambiciosa en su concepto. Dos centenares de músicos, entre orquesta, coro y solistas, se repartieron por todo el espacio de la sala Argenta. En el escenario, ampliado hasta el foso para poder contener a todos, secciones de percusión en los pasillos, trompetería, corros espaciados como los de los Gabrielli y la hermosa voz de Inés Ballesteros, niño soprano, dentro de la platea. Sobre el papel la significación de varios mundos en forma de estos conjuntos disgregados del tutti del escenario. Las notas al programa de Yvan Nommick, estudioso de García Román, fueron una guía excelente para ir desgranando y entendiendo cada uno de los números. Todo lo demás; dejarse llevar.

Entre los doce capítulos encontramos torrenciales manifestaciones de energía, conjuntos dramáticos en su exposición compleja y estruendosa. Llenos de referencias y, sobre todo, de las intenciones expresivas de su autor que logran calar muy hondo. En su complejidad también hay momentos para el sosiego, algunos más clásicos y románticos, otros con referencias a Orff o a Mozart o a Tomás Luis de Victoria. A la Historia de la Música y a la de este género tan solemne. ¿Es atrevido firmar una obra de estas características hoy en día? Lo atrevido es no hacerlo olvidando la trayectoria musical, la herencia, de la que los compositores son acreedores. Es fascinante descubrir una obra como el ‘Requiem’ de G. Román, puro siglo XXI y acreedora del pasado que la precede.

La Orquesta Nacional de España fue el vehículo para su escucha, y lo hicieron muy bien con la batuta de Arturo Tamayo casi siempre al frente. Permítanme la broma, pues digo “casi siempre” ya que mediada la primera parte ésta, la batuta, salió despedida en el arranque del ‘Dies irae’, “desbatutando” al maestro y añadiendo más fuerza, aún, al número. El Coro de la ONE también funcionó con presencia, aunque tal vez hubiera sido necesario tener dos o tres agrupaciones corales más, capaces de competir con el orquestón, grande y ampliado, que llevaba la partitura. ¿Pero donde meter a más cantantes?
Las partes vocales a solo las protagonizaron Pilar Jurado, Marina Pardo, Carlos Silva y Robert Hölzer además de la ya mencionada joven Inés Ballesteros Bejarano que, a pesar de su corta edad, sostuvo el peso más importante de los solos vocales. Los cuatro solistas forman parte, como uno más, del instrumental de la obra y sus intervenciones matizan más que acaparan, el sonido. Nos gustó la voz de Carlos Silva, tenor de potencia y presencia y el ‘Ego sum lux mundi’ de Robert Hölzer. Marina Pardo tuvo que afrontar una partitura que profundiza en los graves de su registro y Pilar Jurado desplegó los encantos y ligereza de su registro.

Mención aparte merecen las secciones de percusión de la Orquesta, afanadas constantemente en las miles de entradas y multitud de instrumentos dispuestos para ofrecer un discurso rítmico y de matices integrado en el orquestal.

Sería una injusticia que esta obra no trascienda. Tras el concierto salí con la necesidad de volver a escuchar este ‘Requiem’, con más pausa, con la intención de profundizar en ella pues su contenido, además de universal, es toda una lección de música. Y un gran logro.

miércoles, agosto 23, 2006

“La claridad de Zacharias”

Los pianistas jóvenes normalmente son considerados por el público en base al futuro que prometen y lo que van a llegar a ser en el mundo de la música cuando crezcan. Los grandes maestros, los más mayores, tienen en su historia lo que han logrado y el magisterio que dejan en sus alumnos. A medio camino, en el punto donde muchas futuras promesas pierden “lo que podría haber sido y no fueron”, son pocos los grandes intérpretes capaces de ofrecer la coherencia y madurez de un gran genio. Christian Zacharias es uno de ellos, de los que pueden, y el pasado lunes visitó el Festival Internacional de Santander, con la sala llena y un nutrido grupo de personalidades, entre ellos ex presidentes de gobierno de distintos países. La madurez de su estilo y sus intenciones de investigación y práctica musical quedaron patentes en este recital.
El programa del concierto se nos antojó como un cuidadoso menú en el que el protagonista de la velada había incluido todos los ingredientes que garantizan su categoría. De primer plato piezas de Mozart y Ravel hábilmente alternados. De segundo el plato fuerte: la ‘Sonata en La’ de F. Schubert. Como postre una propina de Schumann. Si atendiésemos al reloj, podríamos decir que Zacharias es preciso, en números redondos, a la hora de plantear su trabajo: la primera parte duró una hora exacta. Tras los veinte minutos de descanso la segunda terminó también en punto, a las once.
La forma de concebir la interpretación de este músico se basa en unos sólidos pilares de técnica impresionante y una habilidad virtuosa que sabe manejar con aparente naturalidad. Así, el sonido del piano, aparece ante nuestros oídos de una forma fluida y muy brillante. Tal vez esta manera de hacer música sea ciertamente plana en otro tipo de matices más expresivos pero indudablemente es impresionante comprobar la efectividad y grandeza de los resultados. Las dos obras de Ravel, los ‘Valses nobles y sentimentales’ y la ‘Sonatina para piano’ fueron una exquisita muestra de claridad sonora. Como Mozart, especialmente en las ‘Variaciones en Sol Mayor KV 455 sobre Unser dummer Pöbel meint’ nos situamos ante un Zacharias un punto más expresivo y completo.
La sonata de Schubert, magna y compleja, resumió el universo musical de su ejecutante y navegó, con el mimo tono, por la toda la partitura. Sin dudas ni errores, con la facilidad natural que les decíamos a principio.
Como anécdota, otra vez, el sonido de algún teléfono móvil, interrumpió el discurso musical de la noche. Esta vez de forma más efectiva pues el propio Zacharias dejó de tocar el piano hasta que la conocida melodía de una marca de teléfonos cesó. Y es que da lo mismo que se diga cada noche la frase de “apaguen sus teléfonos móviles”, pues si a uno no le da la gana hacerlo, es lo mismo que mil quinientos lo hayan hecho. ¿Solución? Imagino que como en otras pequeñas y grandes catástrofes de la vida sea una cuestión de educación, de buena educación.

martes, agosto 22, 2006

“Un paseo por las nubes”

No voy a desvelarles ningún secreto, se lo garantizo. Aquellos que vivimos el ‘Hilo de Ariadna’ hace unos años sabemos de lo que estamos hablando. Los que aún no se han encontrado con ‘El Teatro de los Sentidos’ de Enrique Vargas tienen ahora, hasta fin de mes, una oportunidad única de hacerlo en el Palacio de Festivales. Cuando el sol empieza a ponerse.

No quiero desentrañar ninguna pista que reste sorpresa a la experiencia única de adentrarse en ‘La Memoria del Vino’ y conocer el secreto que vive dentro. Un grupo de actores, que son también habitantes, serán los que les hagan sentir que todos somos únicos y capaces de atravesar la frontera que nos separa de ser público a ser parte. De ser parte de sus sonidos, de sus aromas, de sus sabores, de sus colores. De agudizar todos nuestros sentidos para entender lo que pasa alrededor de nosotros. De encontrarse con otros ‘compañeros de viaje’ en esta senda y descubrir en sus caras la misma complicidad que hay con los actores. ¿Hace tiempo que no abrazan a un extraño? Aquí lo harán.

A la salida de esta experiencia el propio Enrique Vargas nos esperaba para preguntar cómo había ido todo, de aprender de nosotros la forma en que puede evolucionar esta propuesta. Alguien, agradecida, le explicó la forma en la que, años atrás, participar en otro espectáculo de esta compañía, había cambiado su vida. “Somos un grupo de personas que nos dedicamos a la salud”, decía la anónima representante, “y sería bueno apagar la luz en las habitaciones de los enfermos para acercarnos a ellos y trasmitirles cariño”. Otro visitante, el día anterior, comentaba que él había encontrado “un pueblo en el que siempre soñó vivir”, y al terminar su paso por ‘La memoria...’ no quería irse de allí. Tal vez porque todos hemos soñado con algunas de las partes que integran el espectáculo, o lo hemos visto de lejos y hemos querido participar. Seguramente porque muchas de las acciones en las que el espectador/visitante, tal vez mejor decir el “ex’pectador”, han sido ya vividas por sus padres, sus abuelos, por los abuelos de sus padres o de sus abuelo. Y la memoria de nuestro cuerpo también funciona. Los que creen en la reencarnación siempre dicen haber sido princesas, héroes de leyenda o luchadores. Los que creemos en nosotros mismos soñamos en que hemos sido felices alguna vez. Como en este pueblo que la otra noche visité.
El trabajo de los actores supone una recreación onírica de seres muy cercanos. Es hermoso oírles hablar y acercarse a escuchar sus susurros muy cerca. Lo es dejarse llevar y dejar a la salida cualquier miedo. Caras conocidas y otras que también lo son. Caras amigables y un aroma a vino y a tierra. Tal vez esos sean los ingredientes justos de esta propuesta. En otras ocasiones les hubiera desgranado algo más de su contenido, pero ya les advertí que no iba a desvelarles ningún secreto. Ese, el secreto, prefiero guardármelo para mi solo. Me lo llevé encerrado en mi mano apretándolo bien fuerte. Lo guardaré siempre. ¿Se atreven a dar “un paseo por las nubes” junto a ‘Teatro de los sentidos’? Están a tiempo.

domingo, agosto 20, 2006

“Una obra magnífica”

El Festival Internacional de Santander acogió, como viene siendo norma cada dos años, el estreno mundial del Primer Premio del Concurso Internacional de Composición Pianística Manuel Valcárcel, en esta ocasión concedido a Francisco González Pastor, que ya fuera acreedor de este galardón en el año 1997. Marta Zabaleta fue la encargada de poner en sonidos la partitura premiada en un concierto que, desafortunadamente, no contó con una presencia masiva de público. ¡Muchos se lo perdieron!

El ‘Libro para piano’ de González Pastor se nos ofreció como una suerte de periplo, muy discursivo, articulado en nueve capítulos cada uno de ellos con diferentes inquietudes expresivas y compositivas. La obra es larga en duración pero se hace amiga de nuestro oído y nos acompaña, guía y tutela en su propia escucha de tal forma que la experiencia se convierte en un grato encuentro entre compositor, intérprete y público. El autor sabe manejar todos los recursos musicales existentes para emplearlos en su propio interés, y en el de todos. Así nos enfrentamos a una sonoridad contemporánea pero sin el, a veces excesivo, despego hacia la audiencia en pro de la investigación musical. Entresacamos la profundidad expresiva del ‘Homenaje a Takemitsu’, la fuerza da ‘Proclamación n.6’, la gratísima experiencia acústica de ‘L’ombre de l’eau’ o el curioso experimento con magnífico resultado práctico de ‘Emblema’. Pero bien podríamos alabar, en cuanto a técnica o estructura a la ‘Sonata’ que casi cierra el ciclo o la escritura pianística virtuosa de los Marginales, uno y dos. Una obra magnífica.

Marta Zabaleta se comprometió con el estreno y lo sacó adelante con una técnica y entrega que únicamente nos permite ser elogiosos. Ante el teclado se convirtió en inquietud, en búsqueda y en éxito para con la obra de González Pastor. Multitud de planos tímbricos salieron de sus dedos y, siempre es de agradecer más allá de lo habitual, que un intérprete de prestigio se implique en un trabajo como este, pues más allá de la anécdota de su estreno es una inversión en futuro. Ojalá esta obra se escuche más veces, pues sinceramente lo merece.

En la segunda mitad la intérprete de Guipúzcoa propuso una Sonata mozartiana –la KV 284- que resultó ser un nuevo regalo para nuestros oídos. En esta ocasión con un nuevo compromiso que logró sacar del piano sonoridades brillantes en una lectura realmente exquisita. Las monumentales variaciones que cierran esta obra crecieron y contrastaron en un sonidos muy llenos de magia. Así también con los dos bises ofrecidos, un nuevo Mozart y el último para Satie.

viernes, agosto 18, 2006

“La Gioconda de las estrellas”

La ópera en concierto ‘La Gioconda’ de Amilcare Ponchielli está siendo estos días la protagonista de la programación del Festival Internacional de Santander tras su estreno el pasado miércoles y con su nueva representación en la noche de mañana. Una apuesta ciertamente atrevida del Festival al tratarse de un título de los poco representados dentro del repertorio habitual y con una duración que exige a su público un punto de esfuerzo para lograr llegar a buen término. El elenco, configurado con primeras voces de la lírica, es la piedra angular de este montaje que gustó, como suele suceder, con sus más y sus menos.
Estamos ante una obra magna y que, en su interior, encierra momentos sublimes que permiten a sus intérpretes el desgarro y el dramatismo en unos personajes que viven sus pasiones al extremo. Sobre el escenario seis grandes voces desgranan las necesidades vocales del drama, si bien es cierto que con un ligero punto de individualismo que desata la firme personalidad de cada uno de ellos. No es una cuestión de lucimiento sino más bien de la notabilidad que todos ellos, por separado, tienen en un escenario.
Juan Pons, uno de los grandes, encarnó a Barnaba con la eficiencia y figura del gran barítono menorquín. Gustó mucho a pesar de las ligeras veladuras de su registro y el público supo valorar la presencia vocal del cantante. Sin excesos pero prácticamente sin defectos envolvió sus intervenciones nutridas de la potencia y presencia que le colocan en primera línea de los grandes de la lírica de hoy en día. A su lado Roberto Scandiuzzi, de igual categoría y prestigio y bien conocido en esta sala, no defraudó ante las expectativas del respetable. Bien situado, con su fuerza característica y tímbrica grandilocuente en una entrega que también quiso dramatizar en el gesto. Agradable ayuda para una versión en concierto como ésta. Quién también desplegó mucha fortaleza fue el tenor Maro Berti, en el rol de Enzo. Una firmeza no exenta de algún riesgo, especialmente en el segundo acto, en lo que a finura de la afinación se refiere.
Las voces del plantel femenino se configuraron desde la amplitud y el color de registros profundos, y con unos armónicos exquisitos. Este fue el caso de Elena Cassian en el papel de ‘la ciega’, una voz que conmovió por el gusto con el que abordó las intervenciones y por la completa sonoridad que envuelve todas sus tonalidades. Giovanna Casolla tampoco nos dejó con las ganas de apreciar todo lo que es posible obtener de su participación en una ópera. Siempre creciente llegó al bien conocido aria del suicidio con mucho gusto. De Elisabetta Fiorillo más de lo mismo, color y movimiento controlado en el dramatismo de sus intervenciones.
Como les anticipaba, cada uno de ellos es acreedor de lo que podamos decir de los demás. Un plantel de lujo que situó la audición de esta Gioconda en lo más alto. La apuesta por un título en concierto quitó la espectacularidad que tiene la escena, un realce que fue puesto en este caso por sus intérpretes. La Gioconda de las estrellas.
La Orquesta, en esta ocasión la Nacional de Ucrania, dirigida por Antonio Ripolli, ofreció un color correcto, tal vez necesitado de alguna atención en ciertas entradas solísticas pero que gustó, y mucho, en la celebérrima `Danza de las horas’ que sonó plena y gratificante para un oído que esperaba este momento orquestal con ganas. El Coro Intermezzo empezó la función con ciertas dificultades en el empaste de sus entradas, pero solventó sus intervenciones con mucha presencia y potencia que, sumada a la de la orquesta, nos brindaron momentos ricos y brillantes. La Escolanía Easo que dirige Gorka Miranda resultó tremendamente rica en su planteamiento vocal y nos brindó intervenciones de una categoría propia de profesionales.

jueves, agosto 17, 2006

“Scordatura en el “otro” Festival”

Generalmente, desde estos comentarios veraniegos, quien les escribe olvida atender una dimensión del Festival Internacional de Santander que tiene en su difusión por escenarios diseminados por toda Cantabria en beneficio de los actos que acoge la capital. Éstos, por multitudinarios, tienen una difusión mayor que aquéllos, pero permítanme que les pida disculpas por estas omisiones y un espacio para la enmienda en forma de este escrito al ciclo de ‘Marcos Históricos’.
El pasado martes, fiesta de la Virgen de Agosto, acudimos a Vioño de Piélagos a presenciar el concierto ofrecido por la agrupación Scordatura en el marco de la Iglesia de la Virgen de Valencia. Ella, la Virgen, esperaba engalanada de flores la llegada del público al templo en el que fue el primer recital que el Festival ofrece en este edificio. Y el respetable llegó hasta abarrotar un espacio que cuenta con una acústica magnífica para el sonido y un acogedor espacio para el disfrute. Algunos espectadores se acomodaron en el suelo, otros asomaban su cabeza por la puerta lateral y todos disfrutaron de un concierto que solamente podía apreciarse en un espacio de estas características: cercano e íntimo. La iglesia estaba repleta y pleno también fue el resultado del concierto.
Los músicos integrantes de Scordatura, Ernesto Schmied, Juan Carlos de Mulder y David Mayoral, son una especie de artesanos del sonido que escogen cuidadosamente los materiales para la música y que, ante la audiencia, van creando y recreando episodios musicales desempolvados y rescatados de la época antigua. Así Ernesto Schmied escoge entre sus maderas el tubo más adecuado para cada pieza. Juan Carlos de Mulder hace lo propio con la pluma que le sirve de plectro para el laúd y David Mayoral impresiona en combinaciones percusivas inverosímiles en virtuosismo y entrega. Sobre el papel la búsqueda de entre las tres culturas que convivieron –¡qué envidia!- hace siglos en nuestro territorio, los puntos que tienen en común y los que la diferencian. El resultado un delicioso concierto que mantuvo a la audiencia atenta a los detalles de cada sonido, que fueron muchos.
Como ven los marcos históricos también tienen llenos absolutos y lo que allí se ofrece, en su diversidad y éxito, es comparable con cualquier otro evento “festivalero” de los que usualmente nos ocupa. El “otro” Festival, que es éste mismo.

lunes, agosto 14, 2006

“Pegado a la butaca”

Nos quedamos pegados a la butaca. Literalmente. Una torrencial lluvia de música, plena de energía e intenciones expresivas fue lo que nos proporcionó la ‘West-Eastern Divan’, orquesta liderada por uno de sus promotores: Daniel Barenboim. El músico multicultural y multinacional ha logrado dar forma y sentido a una orquesta de jóvenes que, más allá de su nacionalidad, credo o ideología, saben que la música es un lenguaje puro. Creen en ella y la emplean para buscar la paz. Ocurrió el pasado sábado en la 55 edición del Festival Internacional de Santander.

Desde el comienzo de la velada el público parecía estar preparado para recibir algo especial. La entrada de todos los miembros de la orquesta fue recibida con aplausos que no cesaron hasta que el último entró en la sala. Luego, con la llegada del maestro Barenboim una aclamación coral emocionó a unos y otros. El aplauso era para él “y sus muchachos”, pero presentíamos que también era un tributo al proyecto que defienden y que volaba más alto aún, hacia este mundo que a veces parece pudrirse, con guerras y desastres, por sus esquinas.

Pero hablamos de música. ¡Qué bien! Empezaron con la ‘Obertura Leonora’ de Beethoven, y con esa obra ya lograron un espectacular derroche de color orquestal, buen empaste y las ganas de “comerse el mundo del sonido” que estuvieron presente toda la noche. He de confesarles que, a pesar de no considerarme excesivamente mitómano, si que siento una especial predilección por Barenboim como músico. No defraudó el director de las West-Eastern en una entrega tan solo equiparable con la de sus músicos. Beethoven sonó, les decía, muy enérgico, con crescendos vibrantes y arrolladores, con pianísimos elegantes y muy hermosos. Con todos los ingredientes, en definitiva, para calificar esta primera intervención como magnífica. Imagino que para estos intérpretes debe de ser muy alentador creer en lo que están haciendo, pero también mirar al frente y descubrir que es Barenboim quien les dirige.

Después le llegó el turno a la pieza de Bottesini con la participación, como solistas, de Kiryl Zlotnikov y Nabil Shehata. Nueva muestra de talento y juventud en una obra amena y divertida a partes iguales. Los aplausos regresaron para solistas, director y orquesta. Incluso para el percusionista que, en ocasiones, parecía que iba a dejar que fuera la batuta de Barenboim la que tocara el triángulo que marcaba el final de cada una de las variaciones.

La segunda parte estaba dedicada a la ‘Sinfonía nº 1’ de Brahms. No fue así del todo; les explico. La obra de Brahms sonó nuevamente arrolladora, con la energía que impulsa a esta agrupación y la presencia de una sección de contrabajos y vilonchelos de dieciocho músicos en total. Fue tras los aplausos cuando la agrupación árabe/israelí nos brindó una propina que cerró la noche en los mismos términos con que había comenzado y que robó protagonismo en nuestra memoria a la de Brahms. El ‘Preludio y muerte de Tristan’ de Wagner, fue el magno regalo para una audiencia que aplaudió y aplaudió en pie hasta que los músicos dejaron el escenario.

Para gusto hay mil colores, pero a quien les escribe le gustan mucho los vistos en la noche del sábado. Musicalmente hablando y también entendiendo que el futuro, el de todos, ha de estar en manos como las de los músicos de la West-Eastern. No somos tan idealistas como para pensar que una orquesta puede parar una guerra, pero si lo suficientemente optimistas como para creer que las voces de muchos, si suenan juntas, pueden llamar la atención de quienes sí pueden hacerlo. Las voces de estos chicos suenan fuerte, la batuta de Barenboim es para ellos. Me emociona pernear lo que significa todo esto del mismo modo que me emocionó escuchar muchos momentos de este concierto. Y no fui el único. Que no pare la música, por favor. Y si lo hace que sea para que escuchemos los sonidos del horror que a veces parece que olvidemos en su distancia. Suenan ahí al lado.

sábado, agosto 12, 2006

“Lo mejor en la segunda parte”

El ciclo sinfónico del Festival Internacional de Santander arrancó su andadura el pasado jueves, en la sala Argenta, con la presencia de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y su director titular Pedro Halffter Caro. Lamento no poder referirme a la primera de las obras en el programa, la ‘Montañesa’ de Falla y Cándido Alegría, pero un atasco de esos antológico hizo que, quien les escribe, tardara casi una hora en recorrer la distancia que media desde la entrada a la ciudad hasta el Palacio de Festivales.

Empezaré, por lo tanto, con el bien conocido por todos ‘Concierto de Aranjuez’ del maestro Joaquín Rodrigo en la visión de la guitarrista María Esther Guzmán que dejó a la audiencia un tanto frustrada por las expectativas que siempre levanta una obra de este tipo. Expectativas fundadas tanto en el carácter de la pieza como en la eficiencia probada de la intérprete de guitarra. Las cosas no salieron a pedir de boca y obtuvimos una interpretación muy plana y que en algunos momentos planteó serias dificultades a la solista. Tratando de encontrar causas al desatino tal vez la humedad ambiental afectara al delicado instrumento en algunos momentos o cierto exceso de confianza nos dejara con un amargo sabor de boca. El aplauso no fue acogedor y por los pasillos se escuchaban comentarios en ese sentido.

Fuera como fuese, lo mejor de la noche llegó con la magna Sinfonía de Rachmaninov, gracias a la cual obtuvimos el gran sonido de los músicos de Sevilla en una interpretación entregada y muy hermosa. Es necesaria una orquesta grande con un sonido bien conjuntado para sacar partido a una obra grandilocuente, romántica hasta el exceso, como ésta. Y de todo eso hayamos en una formación que recupera su fuerza sobre el escenario y que es capaz de hacerlo tan bien como sucedió en este concierto. Pedro Halffter había concebido la dirección de Rodrigo desde una perspectiva muy rígida y metronómica, de esas que se llaman “germánicas”, pero para Rachmaninov desplegó un talante mucho más expresivo y personal con el que obtuvo unos resultados muy serios. La Real Orquesta andaluza tiene un sonido potente y unos solistas instrumentales hábiles y capaces de hacer que el flujo del sonido suceda con una naturalidad sugerida por la propia partitura. La audición de la obra, de casi una hora de duración, sucedió sin altibajos, compacta y arrancando del respetable el merecido aplauso, ahora sí entregado e incondicional, para la orquesta y su director.

Siempre que llegan estas fechas y el escenario de la Argenta se puebla de músicos de frac, uno siente falsa nostalgia de la orquesta que aún no tenemos y que necesitamos para poder apreciar, bien mejor, las sonoridades grandes de una formación de este tipo. Hasta entonces, si algún día sucede, nos quedarán estos conciertos y otros dispersos a lo largo del año, como ejercicios de escucha de lo que, tal vez algún día, podamos tener con más frecuencia.

jueves, agosto 10, 2006

“Días de mucho...”

El año pasado, ya nos lo recordaba Victor M. Burell en las notas al programa del pasado martes, el Festival Internacional de Santander trajo a su escenario de la Sala Argenta al Eifman Ballet de San Petersburgo en una relación que había tenido su primer capítulo en 2002 y que, en este 2006, aparecía en el Ciclo de Danza como una propuesta apetecible e indispensable. El año pasado, les decía, nos habíamos quedado literalmente pegados a la butaca con la magnífica Karenina que nos presentaron en aquel momento.

Uno, que ya lleva tiempo dedicándose a estos menesteres, ya sabía que sería difícil volver a igualar un espectáculo como aquel pues basta que las expectativas sean altas para que las posibilidades de no verlas cumplidas también aumenten. Y así sucedió con las dos coreografías que Boris Eifman presentó esta vez al público santanerino: su ‘Homenaje a Balanchine’ y ‘Réquiem en Re menor’. Días de mucho, vísperas de nada...

Las coreografías del prestigioso artista rusa se sitúan en un punto intermedio que le alejan y acercan, por impulsos, tanto al ballet más clásico como al lenguaje contemporáneo. Una tierra de nadie que, en ocasiones, genera un lenguaje y una estética muy interesante y, en otras, capítulos trufados de indeterminación que provocan cierto sinsabor en quien los presencia. De las dos coreografías vistas la primera resultó un tanto aburrida y débilmente articulada propuesta que nos echó un jarro de agua fría sobre el cuerpo. Oleg Harkov, en el papel de Balanchine, sufrió lo indecible para acometer su rol sobre las tablas y hubo momentos en los que llegó a atribularnos en sus participaciones a dúo sobre la eficacia final de las mismas: parecía que sus parteneires pudieran venirse al suelo. La idea de este ballet nos recuerda vagamente al ‘Daaaaalí’ de Els Joglars, en el que una enfermera recorre el espacio que separa su entrada de la cama del moribundo al tiempo que el pintor recupera y recuerda muchos momentos de su biografía. Aquí Balanchine es el personaje que, en sus últimos instantes, recuerda lo que fue su arte y sus intenciones expresivas para con la danza. El punto de vista de la articulación del cuerpo se sitúa, en muchas ocasiones, en ejercicios gimnásticos de flexibilidad y esfuerzo.

En la segunda mitad encontramos un rincón más apacible en el que recogernos. El Réquiem de Mozart sirve de guía musical a una reflexión coreográfica sobre las etapas de la vida y en el que los números corales, a pesar de las danzas características que a veces aparecían en escena, sugirieron y gustaron mucho. El conjunto de la obra responde a unos planteamientos un punto desfasados, casi “ochentenos” –no olvidar que la obra fue estrenada hace quince años-, pero la originalidad de su creador y sus inquietudes para con el grupo ya están presentes de forma eficaz y muy lucida. Me quedo con el aliento de los bailarines hacia el público en dos momentos realmente bellos de esta obra. De entre los solistas destacar la potencia de Andrey Kasianenko, correspondido con “un punto más de aplausos” por parte del respetable.

miércoles, agosto 09, 2006

“Tanto monta, monta tanto”

Michel Camilo y Tomatito, que “tanto monta, monta tanto”, llenaron la Sala Argenta del Palacio de Festivales dentro de la 55 edición del Festival Internacional de Santander el pasado lunes. Un concierto en el que los dos músicos ofrecieron justamente lo que se esperaba de ellos: lo temas de su nuevo disco ‘Spain Again’ y algunos del predecesor ‘Spain’, germen y origen de este particular dúo.

No cabe duda de que el flamenco, como forma de hacer música, ha generado en las últimas décadas un sinfín de fusiones, confusiones y mezclas del más variado estilo que han llevado el género desde su esencia más tradicional al pop más fresco, la música de hindú, al rock, al heavy, al rap y, como no, por el camino del jazz en una mixtura que funciona a las mil maravillas desde hace tiempo. Pedro Iturralde fue pionero en esta búsqueda y muchos han sido lo que le siguieron: Jorge Pardo, Carles Benavent, Chano Domínguez... Michel Camilo y Tomatito encontraron sus pasos hace más de un lustro y es ahora cuando nos ofrece su segundo trabajo discográfico en unión y armonía. Un disco en el que el tango se une a la familia rítmica experimentada tiempo atrás ampliando el espectro y diluyendo el flamenco como origen. Todo es posible, o todo vale si los intérpretes tiene el saber musical de estos dos que ahora nos ocupa.

‘Spain’ o ‘La Fiesta’ de Chick Coréa, temas de Piazzolla como el célebre ‘Libertango’ –que desafortunadamente sonó algo confuso- y otras de creación propia integraron un programa que tuvo momentos muy intensos y virtuosísticamente increíbles. ¿Recuerdan el famoso concierto ‘An Evening with Herbie Hancock and Chick Corea’ en el que ambos pianistas tocaban, frente a frente, muchos temas de raíz flamenca? Pues si sustituyen a uno de ellos por la guitarra de Tomatito tendrán aquello con un sabor algo más auténtico. Eso es lo que vimos, y recordamos, en algunos momentos de la velada.

Michel Camilo es un pianista virtuoso y con un toque potente, mucha presencia frente al teclado y brillantez en los desarrollos bien definidos de sus intervenciones. Por su parte Tomatito, el de Camarón, desgarra el sonido de su instrumento para situarse a la altura de su compañero y cabalgara en trepidantes propuestas. Cuando llega la calma el sonido es más íntimo pero igualmente visceral. En ambos casos la sonorización de la sala, difícil para un conjunto tan desproporcionado en volumen como éste, potenció los volúmenes para dar “aire de directo” –de los de festival de jazz en gran superficie- al encuentro. A veces funcionó bien este sonido, otras no tanto.
El concierto duró poco. La costumbre de recortar la duración de la propuestas para completarla después a base de bises es una política cada vez más habitual en los escenarios. Así, lo que no fueron propinas, ocupó algo más de una hora y con las vueltas al escenario llegamos a la hora y treinta. El público aplaudió a los músicos y jugó al juego de hacerlos salir una y otra vez. Parte del espectáculo.

martes, agosto 08, 2006

“Andante... ma non troppo”




El Festival Internacional de Santander salió a las calles de la ciudad con el estreno mundial del último espectáculo de ‘Comediants’. Una aventura escénica que recorre el centro urbano en homenaje a W.A. Mozart, doscientos cincuenta años después de su nacimiento.

La propuesta, en formato de cabalgata con el mismo itinerario de la que por Navidades nos trae a los Reyes Magos, estaba compuesta por siete escenas atendiendo a otros tantos aspectos de la biografía del de Salzburgo. Desde el genio “explotado y amortizado” por su padre Don Leopoldo hasta su final centrado en la composición, pugilística dentro de un ring de boxeo, del Réquiem último. La ópera, el ambiente vienés, el amor y un ligero toque que bien nos podía recordar a la cinta de Milos Forman ‘Amadeus’ organizaron el pasacalles que congregó a un buen número de público en post de los actores hasta la escena final ofrecida en la Plaza del Ayuntamiento con una glosa en la voz de la Reina de la Noche de la ‘Flauta Mágica’ acerca de las virtudes del músico. Allí una impresionante mano resumió la esencia de la música universal de Wolfgang y repartió entre los asistentes octavillas con fragmentos de su música sinfónica.

El espectáculo gustó, y mucho, a los más pequeños que acudieron al evento. Y se lo digo tras haber realizado el recorrido completo con María, de tres años, subida sobre mis hombros. Aplaudían, llamaban a Mozart, se asustaban –un poco- con los “muertecillos felices” y palmeaban, a ritmo, las melodías más conocidas de Mozart. El color y el ingenio de los detalles a los que nos tienen acostumbrados la compañía catalana no faltó en este “Andante”... ma non troppo.

Desde otra perspectiva, debajo de mis hombros, ‘Mozart Andante’ pecó de cierta dosis de inocencia y simplicidad. Hubiera sido interesante contar con algunos de los pasos de la procesión con música en directo, con Mozart vivo en las manos de sus intérpretes igual que en otras ocasiones, también de Comedians, hemos visto el directo de los sonidos; más en este caso. Los carruajes iban engalanados sin excesos, con detalle como los carteles de las ciudades visitadas por el maestro o las fotocopias a color de sus partituras que desentonaban en su preparación con otras estructuras más elaboradas y originales.

Así con todo la ciudad salió a la calle y Mozart fue su guía. De unos para descubrirlo y de otros para buscarlo. Son las cosas de un estreno que, a buen seguro, evolucionará y cambiará en posteriores escenificaciones.

lunes, agosto 07, 2006

“Psicodélico ballet de Roland Petit”

El ciclo de danza del Festival Internacional de Santander se puso en marcha el pasado sábado con la presentación en nuestra ciudad del Tokio Asami Ballet y el espectáculo Pink Floyd ideado por Roland Petit en los primeros años 70 del siglo pasado y reformado recientemente –corregido y ampliado- para la formación Nipona. Como interés añadido la presencia de Lucía Lacarra, que visitara por última vez Santander en el año 2001, configuraron un propuesta que despertó el interés del público y no defraudó en modo alguno.

La coreografía ideada por Petit, uno de los grandes coreógrafos del pasado siglo y que aún se mantiene activo, es un alucinante viaje por la música del grupo de rock sinfónico más relevante de la historia de la música de este género. Las visiones, léase alucinaciones, de Petit nos sumergen en planteamientos coreográficos que respiran el aire de la música sobre la que se construyen . Y hablando de construir es precisamente esa forma de entender las composiciones, que van creciendo en un ejercicio arquitectónico de crear la música, donde se incluyen muchos de los momentos de la danza. Partiendo de un movimiento sugerido por el sonido se van sumando a él otros más, gestos nuevos y elementos de la danza clásica que se antojan como pilares de un conjunto que funciona sobre las tablas. El escenario se presenta vacío con la única decoración de las luces, focos herederos de los escenarios de rock más primitivos, que sirven para organizar el baile pero también para iluminar al público en un punto casi de provocación. No hace falta más, la música es potente y suficiente para completar los espacios vacíos del escenario.

El efecto de muchas de las coreografías, pues estamos hablando de un trabajo que se distribuye en doce temas del grupo inglés, parece en muchas ocasiones hablarnos de los mecanismos de nuestra memoria, de los “déjà vu” y de la psicodelia en estado puro. Grandes hallazgos y efectivos desarrollos nos sorprendieron y, a quien les escribe, dejaron clavado en la butaca. Como el grito de final de una de las escenas –‘Careful With That Axe Eugene’- que aparece reforzado por las chicas del cuerpo de baile en una aparición precipitada de tan solo unos segundos o los magníficos números corales en caleidoscópicas propuestas que nos mostraron el gran trabajo de la compañía de Tokio.

Los bravos más desaforados y los gritos que trasformaron al público “de danza” en el de “concierto de rock”, además de al final del espectáculo, llegaron con la coreografía “Run Like Hell”, en la que la potencia del break-dance, junto al poderoso tema de Pink Floyd, tamizados por el gusto escénico de Petit y las sorprendentes habilidades de Slyde, emocionaron a más de uno y, sobre todo, fueron una tremenda descarga de energía.

La estrella de la noche, brillando al mismo nivel que los demás elementos, era indiscutiblemente Lucía Lacarra, a quien pudimos ver en esta misma sala y en este mismo Festival en el año 2001, como estrella invitada del Ballet de San Francisco y dos años antes en la Gala de Estrellas Españolas la Danza que ya la trajo junto a su pareja escénica y sentimental Cyril Pierre, también presente en este ‘Pink Floyd’. Lacarra ha sido inspiradora y musa de Roland Petit desde que ingresara en su ballet hace más de una década. Ahora el coreógrafo ha revisado este ballet pensando en ella para la inclusión nuevos números y la flexibilidad y elegancia de la bailarina de Zumaia contagian, en parte, el resto de la coreografía. Su presencia, les decía, se funde con el resto de la compañía siendo solista pero miembro de un complejo sistema que enlaza en el sentido unitario del espectáculo. Lienz Chang y Altankuyag Dugaraa, otras dos estrellas de la compañía, también gustaron en unas coordenadas de agilidad y flexibilidad atléticas en muchas ocasiones.
Como ven el resultado funcionó y el público lo agradeció con un aplauso tan largo que hizo que la compañía tuviera que despedirse, literalmente, del escenario para parar el agradecimiento de los de las butacas.

domingo, agosto 06, 2006

"Una grande entre las grandes"

El Festival Internacional de Santander 2006 nos presentó, por primera vez en el Palacio de Festivales, a una de las grandes voces líricas de los últimos años. Violeta Urmana fue la protagonista del segundo capítulo del FIS este verano tras la inauguración con las dos funciones de la Traviata.

Suele suceder, y desde estas butacas se lo hemos contado en pasadas ocasiones, que el formato de recital con estrella del canto y orquesta acompañante deje sinsabores en parte del respetable al descubrir que la voz que iban buscando no era siempre lo que esperaban. Afortunadamente éste no fue el caso del concierto de "la Urmana" que mantuvo un altísimo nivel interpretativo desde el comienzo hasta el final de la velada. Implicación en las piezas, programa preparado y bien llevado y una orquesta, la de la Fundación Toscanini, que trabajó con, además de eficacia, mucho arte.

La primera parte del programa combinó oberturas operísticas de Mozart, ya saben que "aún" sigue siendo este su año de aniversario, con obras de Wagner en la voz de Violeta Urmana. En esta primera mitad la soprano lituana dejó clara su intención para todo el concierto desde la primera nota que salió de su boca. Su voz contiene armónicos ricos que la hacen ser escuchada llena de matices, controló el movimiento dejando vibrar el sonido cuando el carácter ambiental de la partitura así lo sugería. Ejercitó su técnica y desplegó sus cualidades naturales para dar a les "Wesendock Lieder" el encanto y la magia que hicieron de su escucha ana auténtica delicia. Tan solo el repetido aplauso del respetable, tras cada una de las piezas que lo integran, seccionó una obra que, de otro modo, hubiera encandilado más aún gracias a su magia. Pero el público manda en estos casos.

Tras el descanso teníamos reservado una selección de piezas verdianas y veristas en las que encontramos otras habilidades de la protagonista de la noche. Si antes vimos el registro acogedor, íntimo en ocasiones y muy sedoso de Violeta Urmana ahora encontramos agilidad, drama, profundidad y decenas de pequeños detalles en giros y guiños melódicos que arrancaron ovaciones, vítores y aplausos de una audiencia entregada y enamorada de la voz de la 'diva', perdón: con mayúsculas, Diva. Quien les escribe no podrá olvidar el Wagner del comienzo, pero es justo señalar que las arias de 'Andrea Chenier', la 'Gioconda' y, especialmente, el 'Machbeth' de Verdi quedarán para el recuerdo de la historia de este Festival.

De la orquesta, les decía al principio, también obtuvimos más de lo acostumbrado. No se trató de una formación haciendo un "bolo" ente funciones de ópera sino de un conjunto muy serio y bien armado haciendo la música exigida para cada momento. Así en los episodios mozartianos fueron ágiles y brillantes, sonaron contundentes y mucho con Wagner. En estos momentos el sonido de los italianos parecía el de una orquesta con más instrumentos que los que realmente había en escena, algo más de medio centenar. Para Verdi, Mascagni, Giordano y Ponchielli ofrecieron variedad, definición tímbrica y un conocimiento profundo de las obras. La dirección de Miguel Ángel Gómez Martínez tuvo mucho que ver con el resultado, cómplice en todo momento pero especialmente efectivo e implicado con los lieder de Wagner.

Como era de esperar, al final de lo programado llegaron los previstos bises, más de 'Cavalleria' y una escena de 'La viuda alegre'. Bises que llegaron con la aclamación del público que, en esta ocasión, más que pedir más música se notaba que estaban agradeciendo lo que habían presenciado: un gran recital de una grande entre las grandes.

jueves, agosto 03, 2006

“Una Traviata entre gasas”

La edición número 55 del Festival Internacional de Santander arrancó su actividad en el Palacio de Festivales con la esperada puesta en escena de la ‘La Traviata’ dirigida en lo escénico por Franco Zeffirelli y en lo musical por Maximiliano Stefanelli. Como suele suceder en esta jornada de comienzo, el acto tuvo su repercusión musical y social en un escenario repleto de público que, en esta ocasión, además tenía muchas ganas de escuchar un título de los más conocidos del repertorio operístico. Galas, por lo tanto, en las butacas y galas en la escena como dos espejos que se miran, el uno en el otro buscando el infinito.

La producción respira el aire barroco, manierista, rococó o como quieran ustedes llamarle del maestro escénico que ideó este proyecto. Si recuerdan algunas de sus producciones cinematográficas de ópera sabrán a lo que me estoy refiriendo, en un gusto por lo recargado que responde a la estética y el tiempo de toda una generación de grandes directores, de cine y de escena, italianos. Una ‘Traviata’, les decía, recogida entre gasas rígidas, envuelta en cortinas y presa de la sociedad que genera su propio drama. Una sensación de asfixia que no impide encontrar momentos de mucho aire en las escenas de conjunto. Bombones envueltos en papel de plata esperando ser elegidos de entre todos de la caja. En el centro una estructura móvil de metacrilato que juega a ser puerta de entrada, muro, pasillo e incluso corazón con ventrículos y aurículas por las que transitan las esperanzas y fracasos de Violetta Valery y Alfredo Germont. La omnipresencia de todos estos elementos acaba haciéndose notar y trasmitiendo el peso sobre los hombros del espectador que termina un tanto ‘cansado’ de sobrellevar el mismo decorado en los cuatro cuadros de la obra.

Musicalmente tuvimos un arranque difícil. Los dos protagonistas del drama hicieron un primer acto irregular y algo desatinado. Tanto Svetla Vassileva como Roberto Aronica navegaron en aguas de indeterminación hasta llegar a cuajar lo que de ellos sabíamos de comparecencias anteriores; recuerden que a ella la pudimos ver en Pagliacci en el año 2000 y a él en el Simón Boccanegra más recientemente. La voz del tenor italiano despegó finalmente mediado el acto segundo y ofreció el registro asentado, potente y de gran calado que todos esperábamos. Ella, en cambio, cosechó los mejores momentos de su presencia en las dinámicas más íntimas del registro. Svetla Vassileva tiene una voz muy hermosa pero indómita, cuando logra controlarla es capaz de sublimar intervenciones delicadas, finas y suaves en la que los glissandos hacen que las melodías fluyan con una naturalidad apasionante. En las dinámicas más potentes la afinación pierde finura ganando en dramatismo y color. Es aquí cuando la falta de control se hace más evidente. Giovanni Meoni, el padre de Alfredo en el drama, fue más regular y preciso en su papel, sin excesos pero sin aparentes defectos gustó y fue aplaudido por un público que, por otra parte, se mostró más frío que de costumbre. Quedaron algunas arias sin el aplauso merecido y los bravos no fueron demasiados.

La Orquesta de la Fundación Arturo Toscanini sonó compacta y funcionó desde un foso dirigido por Stefanelli. Su visión de los tempi de la obra se nos mostró contrastante en estrictos cambios metronómicos que hicieron evidente los capítulos musicales de la partitura en una apreciación episódica. El Coro, igualmente de la Fundación Arturo Toscanini nos brindó un brillante, tal vez un punto estruendoso, final del segundo acto. Por lo demás conjugó perfectamente con la orquesta y “vistió” con eficacia la escena.

Queda así puesta en marcha la nave que nos acompañará todo el mes de agosto y a la que le esperan citas importantes y muy interesantes. Fue una pena no poder contar finalmente con la presencia en este acto del propio Zeffirelli, más que nada por satisfacer ese punto de mitomanía que todos llevamos dentro y por haber ofrecido aplausos al maestro por esta producción y por toda su carrera.