Alberto en el país de las ‘Maravillaría’
El último trabajo de compañía teatral La Machina, esta vez en coproducción con Producciones Gaupasa, llegó al Palacio de Festivales el pasado viernes. Una montaje dirigido y escrito por Alberto Iglesias, con el que el autor cántabro logró el III Premio de Teatro Serantes Kultur Aretoa del Ayuntamiento de Santurce, y que toma el título del trabalenguas de Lola Flores: ‘Me la maravillaría yo’.
Se trata de un texto completo y complejo que navega por diversos registros –del mismo modo que lo hacen los actores- desde el teatro del absurdo a la comedia pasando por el trascendental contenido de muchas de sus frases. Un tono en el que ir sumergiéndose para identificar situaciones cotidianas en una marea de locura o, simplemente, distintas coordenadas. Un personaje más real que los demás, o al menos en apariencia pues lleva puestos sus zapatos, sirve de cicerone y desencadenante de este argumento. Pablo (¿o era Pedro?) con nombre de apóstol siendo un Mesías es el héroe de esta épica, que también hay. Y por haber, hasta ciertos momentos de denuncia social –o todos ellos, depende de cómo lo queramos mirar-.
Iglesias nos ofrece motivos para reír y otros para permanecer en silencio, digiriéndolos y meditando. Tras su monumental drama ‘Bebé’ ahora nos propone algo más cercano a una comedia, que sin serlo hace que el público responda y se implique a cada paso. Hay respuesta por el contenido y también en un montaje que utiliza técnicas y movimientos dotados también de sentido. Una obra escrita y pensada para ser hecha como se hizo, al texto hay que añadirle la puesta en escena –precisamente ésta- para poder abarcarle en toda su extensión y profundidad.
Tres actores de la Machina y otros tantos de Gaupasa conforman el elenco que dan vida a los seres reambulantes en una escena con puertas reducidas a un cuarto de su ancho y niveles que recuerdan a un edificio en construcción. Personajes que juegan a ser distintos en el tono de sus palabras y a identificarse con un patrón personal y/o intransferible. Y a pesar de ser una obra coral, realmente tiene dos personajes: Pablo y el resto de ellos, el héroe y la adversidad, nosotros y esa “extraña familia”, realidad y ficción. El uno individual, el otro descalzo y coral, en muchas ocasiones coreografiado y coordinado con visión de suma de elementos. Como un sistema que funciona por relación de pertenencia, como un complejo social al que permanecer atado; tal vez el país de las Maravillaría. Entre las escenas cantos de Réquiem, advertencia y previsión del final de la obra, que sucede con la música.
La interpretación, de todos ellos, es entregada y comprometida, apostando por el texto y creyendo en un espectáculo que tiene vocación de trascender más allá de una anécdota y que merece ser visto y admirado –comprendido, criticado, aceptado, rechazado, sentido, investigado, leído, exportado a, trasmitido- en muchos más escenarios. Diferencias en la forma de interpretar, como les adelantaba en un principio, que pueden chocar pero que también da contenido si queremos buscarlo. De la dirección añadir que es heredera del propio texto, coherente con él mismo y con el autor que firma ambos elementos, como otro sistema, al que pertenecer atado...