Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

miércoles, julio 20, 2005

“El público que tenemos y el que no”

El Encuentro de Música y Academia ha asentado definitivamente, en esta quinta edición, su estructura de trabajo y conciertos en torno a la música de cámara. Pero este primer lustro de vida ha conseguido también asegurar un público fiel que ha acudido, en masa, a todas las propuestas del mismo. Tal vez el concierto de la Sala Pereda del pasado lunes fue un ejemplo paradigmático de lo que les digo, llenando el aforo de la misma de un personal entregado, apasionado y conocedor de lo que se les estaba ofreciendo.

Una de las características de este público, diferente al de otros escenarios, ciclos y propuestas, radica en la asistencia de los propios alumnos del Encuentro a apoyar y vitorear a sus compañeros. Una “emoción joven” que ha hecho que los aplausos fueran más calurosos que nunca y la entrega, realmente incondicional. Es emocionante escuchar sus gritos de ánimo y compartir los asientos con virtuosos y estudiantes de música, por lo que tienen de “público experto” y por lo que tienen de “músicos en formación”, también como público.

Una característica que, aunque les pueda sonar extraño, no siempre sucede en nuestros escenarios. Son raros y pocos los estudiantes y/o profesores de música que acuden con regularidad a los conciertos de música culta que, de pago o gratuitos, se programan en nuestra ciudad a lo largo del año. Ni durante el curso ni ahora que ya es verano. Y se les echa en falta por que, quien les escribe, cree que en la formación del músico debiera estar presente la propia música y la que hacen otros. Por conocerla y respetarla, por criticarla, por saber lo que se hace bien o mal, por crear un criterio propio y, sobre todo, por creer en lo que se está estudiando. Tal vez esa sea una de las lecciones de los alumnos del Encuentro, que saben ser público de sus colegas.

lunes, julio 18, 2005

“Por aclamación popular”

La Orquesta Sinfónica del Encuentro volvió a unirse el pasado fin de semana para, en su vida breve como la de algunas especies naturales –fascinantes y muy bellas en su brevedad-, ofrecer dos conciertos. El sábado en el Palacio de Festivales y el domingo en la Iglesia de Santa María de Laredo, una cita sinfónica que ya se está convirtiendo en auténtica tradición.

Peter Csaba fue en esta ocasión el director de la agrupación de estudiantes del V Encuentro de Música y Academia, tras la participación de Ashkenazy en la jornada inaugural al frente de la misma y el capítulo que nos espera de clausura el próximo jueves 21, esta vez con la batuta de Frans Helmerson dirigiendo el Ensemble de Cuerda del Encuentro. Nuevamente hemos de decir, sobre la cita de este fin de semana, que el sonido logrado fue ser sencillamente increíble contando con las características particulares de este grupo. Músicos jóvenes imbuidos en una actividad lectiva, con multitud de conciertos de música de cámara de los que son ejecutantes y que en apenas unos días sacan adelante un repertorio como el escuchado en la Argenta la noche del Sábado.
Es necesario destacar, además, la hermosa, potente y bien empleada voz de la soprano Iwona Sobotka en el ‘Exultate jubilate’ mozartiano que cerró la primera mitad de la velada. Csaba, además de su dirección musical, nos ofreció también un arreglo sobre el ‘Capricho para sexteto de cuerda, op. 85’ de Strauss en un ejercicio de lenguaje orquestal denso, pesado –en el buen sentido de la palabra: macizo y contundente- que si bien nos recordaba al postmalherianismo al que pertenece también lo hacia a la ‘Verklärte Nacht’ de Schoenberg, orquestada por el propio autor e igualmente procedente de un sexteto de cuerda.

La ‘Sinfonietta’ de Ernesto Halffter, en el centenario de su nacimiento y el ochenta aniversario de la composición de la misma fue interpretada enérgicamente –como no podía ser de otra forma- y gustó a un público que, como bien saben, sigue llenando las citas diarias del Encuentro en Santander.

Aprovechando estas líneas, y a pesar de que hace una semana les confiaba que no quería hacer crítica en un sentido habitual sobre alumnos del encuentro en particular, he de destacar el dúo de pianos de los hermanos Luis y Víctor del Valle que, con La Valse de Ravel, superaron la “barrera del sonido” logrando tímbricas mágicas en una obra espectacular en sí misma. Tanto fue así y así lo quiso el público, que se vieron en la necesidad de hacer un bis, el primero de los que veo en este encuentro y justamente otorgado por aclamación popular.

jueves, julio 14, 2005

“Mitomanía”

Permitan que confiese que siento cierta debilidad hacia los mitos. Pero hacia los de carne y hueso. No les voy a contar que soy un apasionado de ninguna estrella del balompié –perdón, se dice fútbol, ¿verdad?-, ni que sería capaz de pagar miles de euros por un pedazo de bocadillo mordido por uno de los Beattles. Pero he de decirles que siento cierto escalofrío y ganas de “saber más” cuando por ejemplo, gracias a estas columnas y a los concierto a los que me conducen, conozco a músicos que han compartido escena y experiencia con los grandes intérpretes del siglo XX. Que han sido dirigidos por Karajan o Abado, que han estudiado con Rostropovich o que acaban de interpretar una ópera bajo la batuta de Harnoncourt. También me sucede lo mismo cuando descubro que uno de los violines del escenario tiene casi tres siglos de vida o que aquel otro violoncello es un Stradivarius, entonces trato de imaginar su vida como aquella película de Francois Girard, ‘El violín rojo’.

Todo esto me sucede, extraordinariamente, estos días en el Encuentro de Música y Academia. Los maestros de este particular “seminario” son algunos de los más grandes tal vez porque han aprendido de los mejores. Y puede que por eso sus alumnos sean también grandes por estar estudiando junto a ellos. Esto de la música práctica tiene mucho de árbol en una estructura que crece y se ramifica y para el aficionado, como yo, es todo un placer “escuchar” el sonido del tiempo en sus ramas. Mirar los orígenes sin despreciar los brotes más frescos, conocer a sus artífices y entender que nuestra tradición musical arranca desde bien lejos pero que está perfectamente articulada. Y si desde un profesor de oboe llegamos hasta Karajan, tal vez podamos seguir remontándonos quien sabe, hasta Bruno Walter, Bernhard Paumgartner, Gustav Malher, Anton Bruckner, Simon Sechter, Schubert... Que árbol más hermoso, ¿verdad?

La cercanía de profesores y alumnos, como público y como protagonistas, de este encuentro nos permite “formar un poco en parte” de alguna de sus ramas. Tal ver de las que están caídas en el suelo y miran hacia arriba, al escenario. Dentro de unos años muchos de los alumnos que estos días navegan ofreciendo conciertos en toda Cantabria serán los protagonistas de la llamada música culta. Seguro que entonces seguiré sintiendo esa mitomanía, por haberles escuchado cuando empezaban. Y no porque dieran patadas a un balón o porque mordieran un bocadillo, sino porque hacían la música que llegó a sus manos desde el pasado. La que “tenía” que llegar a sus manos para que, finalmente, estuviera en nuestros oídos.

martes, julio 12, 2005

“Work in progress”

El V Encuentro de Música y Academia nos está, un año más, mal acostumbrando; o mejor dicho: bien acostumbrando. Porque no hay mejor costumbre que la de escuchar, cada noche, un concierto de música culta en manos de jóvenes intérpretes. Obras de primera categoría con músicos que no lo son menos son condiciones que hacen de la “cita diaria” una auténtica delicia.

Me resisto, de todas las formas, a abordar el ejercicio crítico desde un punto de vista igualmente diario. Por justicia, puesto que en muchos casos los alumnos del Encuentro, nos presenta el fruto de un trabajo realizado estos días en nuestra ciudad, una especie de “work in progress” de que tenemos la suerte de ser partícipes como espectadores, de sus progresos si me permiten la repetición. Contemplar y comentar lo mejor de cada actuación es, a buen seguro, un placer. Pero poner pegas a este tipo de trabajo, en igualdad de condiciones a otro tipo de propuestas, no me parecería justo.

Clarificado este punto y compendiando los resultados de los últimos días, es preciso resaltar lo increíbles que siguen resultando muchos de estos conciertos. Por lo que uno sabe y por lo que desconoce. Un ejemplo en el trío para piano y cuerdas número 1 en si mayor de Brahms que escuchamos en la Sala Pereda el pasado lunes a cargo de Anastasiya Pylatyuk, István Várdai y David Kadouch. Cualquier oído, experto o no, estará conmigo en que la cosa sonaba como si los tres músicos llevaran juntos, como formación, toda la vida. El control del discurso, el empaste conjunto, la fuerza arrebatadora de los tres como unidad o el diálogo de sus partes fueron una madura experiencia con este Brahms tan hermoso. Y resulto que no era así, que unos días antes la obra era un proyecto para todos ellos y que lo que vimos –lo que escuchamos- fue sencillamente eso: trabajo de unos días. Un sorprendente “work in progress” del que ahora estamos teniendo noticia en forma de conciertos pero del que, seguro, el futuro será otro tipo de certificado en formaciones de cámara, entonces seguramente estables, que crezcan desde aquí. Estos alumnos que ahora se están conociendo y que culminan su formación con el comienzo de sus carreras. Toda la vida y toda la música por delante. Y nosotros viendo este principio.

miércoles, julio 06, 2005

“Estreno... de madera”

Si el pasado domingo arrancaba de forma oficial el V Encuentro de Música y Academia con la Orquesta Sinfónica que dirigió Ashkenazy, el lunes pudimos presenciar el comienzo, en Santander, de los conciertos de música de cámara protagonizados por alumnos de este encuentro. Los Lunes Clásicos, cita veterana que organiza la UIMP en el mes de julio, arrancó estas jornadas y la Sala Pereda del Palacio de Festivales tuvo en la noche del martes un particular estreno.

No hablamos en sí del concierto como actividad musical sino de la nueva concha acústica creada para la Pereda y que equipara las capacidades sonoras –que no de espacio, lógicamente- con su hermana mayor, la Argenta. La mejora acústica es fácilmente perceptible en una sala recogida como es la Pereda. El sonido antes llegaba muy bien y ahora ha mejorado en cercanía, pero lo más espectacular e impactante es el cambio de aspecto experimentado por el escenario. Las líneas de fuga que delimitan el cajón de madera ordenan la visión y crean un escenario que parece más grande que lo que siempre ha sido. Al comienzo –permítanme la broma- parecía que iban aparecer músicos pequeñitos, como si el escenario de la Argenta se hubiera reducido de tamaño, acostumbrados como estamos al espacio acústico –y visual- del escenario de mayor tamaño.

Se equipa de esta forma con una nueva infraestructura al Palacio de Festivales. No sabemos si era realmente indispensable, pero que desde luego va ser muy útil en los meses estivales en los que la actividad de música de cámara se multiplica en ese escenario. ¿Para el resto del año? Ojalá su uso sea extensible a otras propuestas que amorticen el trabajo y la inversión y que, sobre todo, nos ofrezcan nuevas citas con la música en las mejores condiciones.

lunes, julio 04, 2005

“El ‘zapateado’ de Ashkenazy”

No señores, no me estoy confundiendo ni de artista ni de espectáculo. Les hablo de la jornada inaugural del V Encuentro de Música y Academia de Santander y de la presencia de Vladimir Ashkenazy al frente de la Orquesta Sinfónica del Encuentro en la velada del pasado domingo. Y para ser más precisos, les hablo del “aplauso con los piés” –me cuesta emplear el término ‘pateo’ en este caso- que los jóvenes músicos tributaron al maestro al tiempo que también era aplaudido desde el público. Un emocionante momento que puede servirnos como resumen de las intenciones de este encuentro al tiempo que compendiar un noche muy redonda de música y, como no, academia: la de Ashkenazy.

Dos horas antes de los aplausos, y las rosas para los músicos, había comenzado el concierto con el aperitivo de la Obertura de Don Giovanni de W.A Mozart como principio. Es una buena costumbre esta que, en los último años, nos ofrece la Fundación Albéniz: comenzar su encuentro estival con la formación –casi por el arte de ‘birli briloque’- de una orquesta sinfónica que suena a las mil maravillas. Con Don Giovanni empezamos a entender que todo había vuelto a funcionar, a pesar de encontrar una sonoridad algo densa y oscura, el empaste y la musicalidad ya estaban presente en la sala. El brillo apareció poco después, con las manos del maestro Ashkenazy volando sobre el teclado y los del ‘Encuentro’ arrebatadoramente entregados al Concierto número 9 de Mozart.

Y esa misma energía, buen sonido y coherencia musical fue lo que perduró a lo largo y ancho de la Sinfonía número uno de Brahms, una obra densa y que permitió explorar y explotar las características de esta orquesta, o tal vez mejor decir del conjunto de sus miembros en una torrencial demostración de capacidades. Los últimos acordes del cuarto movimiento, perfectamente articulados, arrancando al silencio y al vacío el eco de su presencia inmediatamente anterior nos pusieron los pelos de punta. Después ya saben lo que sucedió, se lo decía al principio: rosas y aplausos, y un zapateado que puso al propio Ashkenazy a bailar al son de sus músicos. La ocasión lo merecía y el primer ‘encuentro’ con este ‘encuentro’ –permítanme la redundancia- fue inmerjoable.