“Sueño que sueño un sueño”
Carlos Hipólito regresó al Palacio de Festivales para mostrarnos su último trabajo, la comedia ‘Dakota’, escrita por el dramaturgo barcelonés Jordi Galceran y dirigida por Esteve Ferrer.
Hipólito se ha convertido en uno de nuestros actores de directo –de escena, de teatro de tú a tú- más importantes del momento actual. A base de trabajo constante ha ido asentando su nombre y su presencia en producciones que, paulatinamente, han ido complementándose con él mismo encarnando personajes que parecen ser pensados únicamente para ser interpretados sí mismo. Así sucedió en el Hipólito Jarama que pudimos ver el pasado fin de semana en la Sala Pereda, un irónico protagonista que narra al respetable su particular existencia en una caída libre hacia la locura de un sueño. Un tono directo, como el del narrador de la serie cuéntame, en su misma voz y en términos de recuerdo, que nos implica y engaña en un artificio dramático perfectamente estudiado. Hipólito –Carlos y Jarama- son perfectos cuentistas de sus vivencias, del mirar hacia atrás con los ojos entornados y hacerlo presente sobre las tablas.
Los primeros minutos de la obra resultan inciertos en busca, por parte del público, del futuro que nos promete la función: ¿comedia? ¿drama? ¿vanguardia? ¿teatro del absurdo?... Interrogantes que se van cerrando hacia un tono de alta comedia, la única permisible con los presupuestos escénicos de los que parte, comedia de enredo pero bien alta, que juega con nosotros para hacernos reír y asombrarnos de cómo funciona nuestra propia percepción, de lo que vemos e imaginamos, de lo que inventamos o pensamos, tal vez de lo que soñamos. Nos convierte en locos y en soñadores, pero sobre todo, nos hace cómplices de la locura de un cuerdo dentro de su propio mundo. Soñamos que soñamos un sueño y nos convertimos en locos sentados en nuestras butacas creyéndonos lo que nos cuentan enfrente nuestro.
El reparto es equilibrado y de mucha calidad. Elisa Matilla está comedida en su tono y papel, Juan Codina no es menos materializa un hilarante rol, casi de Sancho Panza al pié del Quijote dentista, que le permite mucho juego e histrionismo. Ángel Pardo, por su parte, se trasmuta en Guardia Civil Gallego en una caricatura más viñeteada que real, puede que excesiva o puede que no tanto. Todos ellos giran en torno a Carlos Hipólito, por argumento y por razones de carácter.
El escenario es un sugerente recorrido blanco de rampas y escaleras, un espacio versátil hábilmente iluminado con impresionistas manchas de luz que no siempre aparecieron con el ritmo más conveniente. Aún así la iluminación, a pesar de los tropiezos técnicos, este es un elemento indispensable para vestir la obra y entender parte de su contenido: luces y sombras, sueños y realidades.
Una obra interesante, mucho más profunda de lo que aparenta y que, resumiendo, podríamos entenderla como un gran chiste que prepara el desenlace final: el sueño americano es posible, y a tenor del ritmo que nuestra sociedad experimenta, no tardaremos en encontrar nuestro ‘Dakota’ en una hamburguesería cercana, o puede que en cualquier ‘Museo del Jamón’. Ojalá que no suceda... ni en sueños.
“‘Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la visa es sueño, y los sueños...’”