Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

lunes, noviembre 17, 2003

“Una diversión... muy seria”

Frente a la seriedad habitual de la música de cámara, el pasado domingo, en el auditorio de Marina Civil, nos encontramos con un divertido concierto ofrecido por el Trío Mompou.

Aunque no hay que confundir, de ninguna manera, la diversión o el entretenimiento con la falta de calidad o con la “no seriedad” en lo formal, puesto que todas las piezas escuchada así como la interpretación de las mismas fueron bien serias si atendemos a la trascendencia y categoría tanto de unas como de otros. La diferencia frente a otros conciertos, el aire jovial y entretenido al que mes estoy refiriendo, tuvo que ver con lo “popular” de los motivos musicales desglosados y el extraordinario sentido rítmico que arropó a un buen número de público atraído, indudablemente, por el reclamo que siempre supone un concierto en el que suena zarzuela. Ya lo decíamos hace unos meses: “la zarzuela siempre llena”.
Ricardo Miralles fue el encargado de firmar las “adaptaciones libres” sobre algunos de los títulos líricos más conocidos de este género. Desde ‘El barberillo de Lavapiés’ hasta ‘Agua, Azucarcillos y Aguardiente’ o ‘La Verbena de la Paloma’ nos encontramos ante obras que, lejos de ser “antologías de la zarzuela” en un sentido negativo, se conforman en agradables recordatorios de fragmentos sonoros que están presentes en la memoria de todos hábilmente conjugados y gratamente encontrados por parte de quien los escucha.

La segunda parte, tras el capítulo lírico, estuvo integrada por obras de Leo Brower y Piazzolla –esta última en la versión del propio Luciano G. Sarmiento, pianista del conjunto- en un repaso, nuevamente rítmico, a temas y bailables populares de América del Sur y que empastaron perfectamente en el camino en el que se desarrolló el concierto. En los bises más zarzuela y el respaldo, en forma de aplausos, a los integrantes del ‘Mompou’.

domingo, noviembre 09, 2003

“Ni el pan ni la sal”

El Centro Andaluz del Teatro presentó en Santander, el pasado fin de semana, su particular versión del clásico shakesperiano ‘Romeo y Julieta’ en una nueva reformulación estética que acercaba el inmortal asunto amoroso, una vez más, a nuestro tiempos.

Y fue la música, como sucediera en el ‘West Side Story’ de Bernstein, el elemento empleado para este viaje en el tiempo, amalgamando flamenco con rap en una adaptación libre –pero reglada- realizada por Tomatito en lo musical y Antonio Onetti en lo textual. Tenemos referentes en la reinterpretación escénica de la obra escrita por Shakespeare sobre el amor dramático de dos jóvenes enfrentados por sus familias. Visiones desde el cine como la mencionada cinta de Robert Wise y Jerome Robbins, o la polémica película guineana ‘Dakan’, la más reciente ‘Romeo + Julieta’ de Bazz Luhrman o la dirigida por Franco Zefirelli.

La propuesta de Emilio Hernández, la vista en el Palacio de Festivales, tiene un comienzo un tanto difícil para el espectador. Los primeros minutos del montaje confunden un tanto hasta que encontramos el tono empleado para el discurso escénico. El problema no es, por tanto, de la propuesta sino del propio espectador que no sabe muy bien como tomarse lo que se ofrece. ¿Es serio? ¿Es cómico? ¿Es pretencioso? ¿Es absurdo?....

Pero a medida que nos acostumbramos a su lenguaje, que conocemos sus personajes y que nos implicamos, una vez más, con esta historia, todo transcurre en un plácido viaje en el que el buen gusto escénico y la sorpresa repleta de recursos netamente dramáticos son los ideales compañeros de viaje. La adaptación respeta gran parte del texto original pero adecuándolo en modo y maneras a nuestros días. También hay alguna aportación extra al contenido dramático, pero que también puede aparecer sugerida en el propio texto.

Sobre el escenario un grupo del público acompaña a los actores en este recorrido teatral, convirtiéndose en un elemento más de la escena y en un omnipresente testigo del drama que se nos narra. Además, esto en un aparte, nos sirvió para ver la reacción de los mismos a lo que sucedía de manos de actores y bailarines.

Aunque del público quiero hablar un poco más. No entiendo la reacción de gran parte del mismo abandonado la sala apenas terminó el espectáculo, confundiéndose con los propios actores en su salida a recibir los aplausos que, honestamente, creo se ganaron a pulso. No fue de justicia negar el pan y la sal a un grupo de profesionales que entregaron todo para hacernos pasar un buen rato. No comprendo si el motivo es que “no se puede tocar a los clásicos” o que hubo “demasiados desnudos” para ellos. Tal vez, y estoy haciendo cábalas, no aplaudan esta propuesta para sí hacerlo a esos programas en los que se habla de la vida sexual de un puñado de famosos, es más, creo que muchos salieron con tanta prisa para ver en televisión uno que empezaba a esas horas. ¿me equivoco? Seguro que no tanto.

sábado, noviembre 01, 2003

“Una pluma compleja”

El ciclo de Teatro Contemporáneo de Caja Cantabria devolvió a la escena de Santander a la compañía ecuatoriana ‘Malayerba’ que dirige Arístides Vargas. Tras su presencia hace unos años para ofrecernos su obra ‘Nuestra señora de las nubes’, regresaron con el montaje de ‘Pluma’, un cuento tradicional actualizado con un lenguaje estético de vanguardia o una vanguardia que busca expresar sus formas sobre el asunto de un cuento popular.

La escena se plaga de seres parcialmente deformados por un cristal que exagera sus rasgos en un constante empleo de artificios corporales que defienden una forma de hacer teatro bien delimitada. Así Arístides Vargas coreografía movimientos en una yuxtaposición de escenas que, en ocasiones, confunden con un tono que viene y va del grito trágico a la poética visual o la comedia más mundana.

La obra resulta irregular para un espectador no acostumbrado a ciertos recursos y que, en ocasiones, deja de entender lo que sucede “ahí arriba” o pierde parte del detalle al no conocer bien la base popular que sostiene la propuesta. ‘Pluma’ nos habla de la marginación y la pobreza, pero lo hace en un tono en constante evolución y en no pocas veces distanciado. Parece como si la intención de esta obra fuese la de mostrar –o tal vez demostrar- muchas categorías de escena y todo tipo de lenguajes amalgamados y encerrados unos dentro de otros.

El elenco funciona también con irregular resultado, encontrando magistrales interpretaciones en caracterizaciones intensas –caso de los dos personajes que encarnan a ‘Pluma’, él y ella, o de la ‘anciana que pasea un gato’, con una entrañable y mimética encarnación-, junto a otros más confusos y/o extravagantes. De todos ellos se exige una entrega que va más allá de lo habitual, enfrentándose a un teatro físico, de desgaste.

La belleza de la escena encuentra soluciones muy interesantes y la profundidad del texto es muchas veces sobrecogedora. Su contenido desborda su continente en un conjunto complejo y repleto de símbolos e intenciones de trasmitir muchas ideas. Tal vez demasiadas.

Aún con todo, es un verdadero placer poder encontrarnos con propuestas que nos hablan del uso del teatro desde una perspectiva que va más allá del mero espectáculo. Teatro con intereses sociales y con ganas de trascender hacia el público. Desde nuestra postura cada vez más cómoda despertamos –un poco- con la frescura de compañías como Malayerba. Tal vez muchos recuerden cuando, por aquí, el teatro también gritaba bien alto lo que pasaba a ras de suelo.