“Un “sí”, pero “no” muy castizo.”
Una producción del Teatro Colón de Buenos Aires fue la protagonista del capítulo zarzuelero que, cada año por estas fecha, el Palacio de Festivales programa en la Sala Argenta. Un capítulo con la inmortal “Doña Francisquita” de Amadeo Vives como reclamo y lleno total de público, del habitual y de nuestros abuelos que siguen canturreando entre dientes los “hits” del género lírico nacional por excelencia.
Musicalmente recibimos una “Francisquita” irregular en la que, entre su más y sus menos, pudimos encontrar momentos muy bellos y otros que quedaron más deslucidos. No tuvimos unas voces, en general, muy grandes, así como la orquesta tampoco pudo decirse que resultara grandilocuente. Pero como la marea, en subidas y bajadas, cuajaron instantes, cada vez más frecuentes a medida que evolucionaba la escena, que hicieron que saliéramos satisfechos finalmente.
Rocío Ignacio mostró su registro ágil y hermoso pero también lo estridente que puede llegar a ser en los agudos más extremos, una cualidad que encierra la belleza y, a pesar de lograr acertar en las notas, no resulta nada grato. Milagros Martín, por su parte, mantuvo una constancia mucho más regular y desarrolló su papel de la Beltrana con un conocimiento de la escena y del dramatismo muy acertado. Cantó muy bien y actuó como solo lo supo hacer Manuel de Diego, un Cardona “de aquí” que tiene presencia en el escenario y una registro bien situado... pero muy pequeño, tanto que en no pocas ocasiones se perdía entre impulsos de la orquesta. En el nivel dramático el resto de la plantilla se ciñó al tono de sainete con palabras –cuando no eran voces- ceñidas al ritmo que las llevaba y rezando como colegiales un papel recién aprendido. Siguiendo con lo que cuenta, con las voces, decir que Alejandro Roy sí que tuvo presencia y cimentó su papel de galán sobre unos acertados presupuestos técnicos en una voz coherente y potente, signos evidentes desde su primera intervención sobre el escenario.
Un punto interesante en esta zarzuela lo encontramos en la cantidad de “aportaciones” locales que se encajaron sobre el escenario. Resultó afortunada la presencia de la Rondalla de la Agrupación Musical Albéniz, el Ballet coreografiado por Myriam González-Gay, un buen número de figurantes o la cantidad de partiquinos procedentes del Coro Lírico de Cantabria –felicidades en vuestro 10 aniversario- así como la propia agrupación que dirige Esteban Sanz. La dirección de Miquel Ortiga mantuvo el tipo y en ocasiones pareció bregar con alguna entrada. En otras sonreír y hasta reír.
La propuesta, procedente de Buenos Aires, nos oferta una escena que se queda algo pequeña para los momentos corales, de forma esencial en el primer acto. No hay provocación, ni innovación ni nada que nos separe del argumento e idea original. Algo que agradeció buena parte del público que, como les decíamos al principio, siguen sintiendo este género como algo “realmente” popular. La dirección de Horacio R. Aragón, a nivel escénico, sí que la debemos tildar de sosa y sin excesivo desarrollo, dejándonos momentos, especialmente en el “dichoso” primer acto, en el que más que sugerir escena se deambula sobre las tablas sin rumbo fijo.
Como ven son muchas las puntas que, quien les escribe, va limando en su apreciación tras el estreno de esta Francisquita. La Zarzuela algunas veces la recibimos como se merece, con la dignidad y el respeto de su contenido musical. En otras, y este es el caso, quedan ciertos síntomas de un pasado reciente –que no del de su tiempo- en el que hay un “sí” pero “no” muy castizo pero también perjudicial. Ya les decía, disfruté y también no tanto, sí pero no... como decía mi abuela Felisa: “pero sí, pero no, pero sí no sí, pero no sí no...”.