“Anacrónicos de hoy en día (o el desabroche de Inés).”
Con toda la expectación que despierta un estreno teatral, más aún cuando el texto representado es de Antonio Gala nuevamente entregando sus palabras a Concha Velasco, con el añadido de conocer la dirección escénica de Pedro Olea y con la escenografía y vestuario de Francisco Nieva, el pasado jueves se levantó el telón –con la rotundidad que eso conlleva para una primera representación- de ‘Inés, desabrochada’ en el Palacio de Festivales. Un telón alzado que también sirve de presentación para una programación teatral del propio Palacio con la que, a juzgar por los resultados en lo que a asistencia del público se refiere, llenará un puñado de noches estivales de buen teatro.
Estreno, les decía, de un texto ingenioso pero también muy denso. Es Antonio Gala el que escribe y al escuchar las voces de los protagonistas más parecía que estábamos leyendo reflexiones en voz alta del dramaturgo y literato de Brazatortas. Unas reflexiones que a veces se nos antojan cuerdas, en otras poéticas y en muchos casos realmente extravagantes. Un punto de locura que llama a la comedia y otorga este adjetivo al drama de Doña Inés, atemporal y expectante, detenida en un convento poblado de calaveras pétreas y poblado también por anacrónicos seres muy de actualidad. Algunos con anacronismo en su tiempo, pues por allí navegaba la Celestina o Don Juan, otros despistados de su espacio –un inmigrante sin papeles o una monja muy ligera en sus hábitos-. Personajes, en fin, que son anacronismos de hoy en día (tal vez una de esas dos palabras no conjugue con la otra). En el tono, y en ocasiones en la forma, parece un sainete o vaudeville de las noche de un sábado en la tele. Pero en el fondo siempre hay mucho más.
El desarrollo de la comedia logra la carcajada del público. Bien por la cómica situación, bien por los tacos no esperados –al menos al principio, pues su abundancia hacía que al final sospecháramos su llegada- en boca de los protagonistas. Risas que en ocasiones parecía errar su destino y festejaban, por ejemplo, aquella cita tan hermosa –la primera vez que la escuché fue, precisamente, a Antonio Gala en una ‘solemne’ inauguración de unos cursos de verano en Ávila- que decía que “un naufrago es más grande que el mar, pues él sabe que se muere y el mar no sabe que lo está matando”. ¡Maldita la gracia de esta grandeza!, que bien podría haber contestado el moribundo al escuchar las carcajadas.
Todo acontece con calculados mecanismo y una cierta sensación de querer gustar a la platea. Más aún en los últimos minutos de la obra en la que, tristemente naufragando –quién será el naufrago y quién el más grande en este caso-, se acude a la emoción elemental y rudimentaria para alagar al público y decirle –decirnos a todos- ¡que bonito que eres... y olé!. Y ahí está todo. Desconcertante, ¿verdad?. Imagino que tal vez la lectura del texto nos contente más que el resultado del drama. Aunque, sinceramente, contentos salieron todos con el estreno: público y actores. Más aún, me refiero al respetable, con las palabras del autor redundando en su agradecimiento como él solo sabe hacer, en todo casi místico muy de acuerdo con el escenario de la representación.
La producción está cuidada y el trabajo de los actores también lo está. Fue la primera función y se disculpan, siempre, algunos requiebros y dudas. Pero no cabe duda que todos dieron todo de si siendo en parte ellos mismo. Autor en busca de personajes que encuentra en sus actores las personalidades que desea. Es como un traje a medida.
La dirección de Pedro Olea se desarrolla de forma cómoda y coherente. Comodidad evidente al encontrarse, en este también su estreno, rodeado de los nombres con los que ya trabajo en la adaptación cinematográfica del ‘Más allá del jardín’. leO