“Radiografías de un esqueleto”
La Compañía de Marta Carrasco regresó a la Muestra Internacional de Teatro Contemporáneo –este año en su edición número XV- para presentarnos su nuevo espectáculo, ‘¿Eterno? ¡Eso si que no!’ y volver a emocionarnos como hiciera hace dos años con su ‘Blanc d‘Ombra’.
Esta creadora apuesta por la danza teatro –o el teatro danza- en una conjunción de palabra y movimiento que asemeja, para quien se aventura a presenciar sus espectáculo, a la lectura de un libro de poemas. Diferentes escenas yuxtapuestas con un denominador común y la intención expresiva común de tocar bien dentro del alma del espectador. La carga visual de muchas de las acciones son sugerentes propuesta para recrear en nuestro interior un interpretación propia del montaje. ¿Qué hemos visto? Depende de quien seamos.
Mediante elementos que parecen recurrir al mecanismo de la memoria cuando despertamos de un mal sueño, la música nos conduce por la desesperante condición humana y nos sitúa, desnudos, ante la “eternidad” de una pesadilla que nos enfrenta a nuestros miedos. Sabemos, sin la necesidad de ayudas freudianas, por qué soñamos lo que soñamos pero preferimos suponer otros motivos. Marta Carrasco realiza una y mil muecas de exagerado histrionismo, con ojos cargados de felicidad para reírse de nuestra cara de asombro. Pero lo hace con una poética tan hermosa que nos deja en un estado a medio camino entre el aturdimiento y la conmoción más sublime.
El fondo de la escena está compuesto por radiografías de diferentes partes de diferentes cuerpos. Radiografías de un esqueleto en las que, tal vez, encontremos algo de nuestro cuerpo. Los cinco actores y/o bailarines que participan de este espectáculo son magníficos intérpretes de esas pesadillas que les decía. Cada uno en un tono van confeccionado la materia prima del espectáculo y el contraste entre elementos alejados los unos de los otros hacen que, cuando se juntan, surja una magia especial y muy efectiva sobre el escenario. Como la melodía del piano que se acompaña por el mugido de una vaca o el baile desesperado ante un ataque de locura. ¿Era un manicomio? ¿lo es la vida? ¿Un mal sueño?
La pared invisible que separa el escenario del público no fue rota en ningún momento por el cuerpo de los actores, pero nunca la sentimos tan invisible y transgredida como en esta obra. Las miradas de ojos burlones, de loco/a, displicentes, agresivos, asustados o llorosos calaron en todos los rostros que miraban –mirábamos- desde las butacas del teatro de Tantín. Algunas, tal vez, se quedaron enganchadas para siempre en nuestra memoria, o en la memoria de nuestros sueños.
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