“Alterio lleva la toga como nadie”
‘Eh, sargento! ¡Mira a quién tenemos aquí! Creo que es una suerte. El viejo Claudio.
¿Que tiene el viejo Claudio de malo como emperador? El mejor de Roma para el puesto,aunque cojea y tartamudea un poco...’
Héctor Alterio tiene cara de emperador romano, o de patricio o de senador. Tiene el porte de la sabiduría de los filósofos clásicos escrito en las arrugas de su frente y lleva la toga como nadie. El ‘Yo, Claudio’ que interpreta se estrenó en la pasada edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida y este fin de semana ha estado en Santander.
La adaptación que Alonso de Santos ha realizado de la obra de Robert Graves –que en España se popularizó por la serie de televisión del mismo nombre- es un inteligente asunto dramático capaz de domeñar un texto amplio sobre el papel en apenas dos horas y media de escena. Tal y como señaló recientemente el crítico Joan-Anton Benach, “un inteligente trabajo de corte y confección”.
El escenario reposa su peso en una gigantesca pantalla de proyección, unas veces empleada para proyectar la imagen de Alterio –únicamente la suya- en las reflexiones que hace sobre su vida desde el momento actual, y otras veces como fondo de escena en el que se emplean elementos clásicos que nos sugieren lugares, colores y recuerdos que compara los rostros pétreos de los protagonistas de la historia con imágenes actuales: todos estuvieron una vez vivos.
Cuando la imagen del actor ocupa el espacio se provoca cierta distancia televisiva, casi de programa de confesiones, en el resto de las ocasiones se nos ofrece pensar en términos de simbolismo sobre las “adivinanzas” propuestas por José Carlos Plaza, acostumbrado a los manejos del Photoshop al servicio de la escena.
El personaje central de la obra, y el único que merece ser considerado, es un Héctor Alterio que va creciendo poco a poco, construyendo su papel desde el acento particular de su voz hacia otros inventados. De gestos que mimetizan su estampa con lo que imaginamos debió ser el Claudio original a muecas que siempre son contenidas sin afán de ir más allá de la virtud del histrionismo justo. Todo lo contrario de los que le rodean, como actores y como personajes exagerando el tono, los modos y las maneras. No sabemos si el motivo es exclusivamente escénico, el caso es que, salvando a Encarna Paso y a Paco Casares como las voces de la experiencia que acompañan al genio, el resto del elenco navega con más pena que gloria alrededor de Alterio y su Claudio.
La producción es interesante y efectiva, la parte sonora y coreográfica da un toque de modernidad a una obra que se sostiene, sin lugar a dudas, por el talento del texto y la presencia de su principal protagonista. No hace falta nada más... y nada menos.
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