“Pericia y ritmo”
Desde el pasado miércoles y hasta mañana domingo, la compañía de danza Mayumana está presente en el Palacio de Festivales para ofrecernos el espectáculo que les ha alzado como estrellas indiscutibles de la cartelera de Madrid, Barcelona y, en su gira nacional, por toda España. Una cantidad de funciones consecutivas que son en sí mismas un record en nuestra ciudad tratándose de una propuesta escénica que nos dice mucho del fenómeno mediático que nos ocupa.
Es difícil calificar una propuesta como ésta, pero indudablemente hemos de señalar que se trata de un producto que recoge elementos e influencias propios del tiempo al que pertenecen. Modernidad, sin ser vanguardia, de jóvenes amantes de la estética de los “tatoos” tribales, de los ritmos techno con reminiscencia del sonido oscuro de Prodigy, del baile en la calle y del rap como escuela de ritmo. Pero, no nos confundamos, desde una perspectiva que concibe la escena como punto de desarrollo y que emplea lenguajes narrativos “de los de siempre”, incluso con alusiones a la “slapstic comedy” del cine mudo, cargada de gags efectistas basados en el gesto.
La producción es un cuidado ejercicio de sincronía de la misma manera que lo son todos los número que conforman el espectáculo. Sincronías imposibles de sonido, movimiento y manipulación de elementos que van conformando cada una de las coreografías. No es por nada que el nombre de la compañía, y del espectáculo, procedan de un término hebreo que significa pericia.
Los elementos rítmicos que se desarrollan, constantemente, sobre el escenario tienen una clara intención “melódica”. Poco a poco van construyéndose ante nuestros ojos/oídos con alusiones e ilusiones de procedencia desde tradiciones bien remotas. De las danzas del centro de áfrica a las del norte del continente pasado por elementos rituales de las artes marciales asiáticas o el ritmo de las calle de Nueva York (por decir un ciudad y que se me entienda). El sonido, amplificado y modificado en directo, procede del “golpe” y de todos sus matices y superficies golpeables. Desde el propio cuerpo al ajeno sin olvidar bidones, cubos y todo tipo de improvisados tambores. Las bajas frecuencias, estruendosas y sensoriales, también son frecuentes y bien empleadas.
La luz, como un elemento más de la propuesta, es usada con guiños hacia el teatro negro, de sombras o dibujado. Elemento del discurso y de integración de todo un conjunto llega a su apoteosis en el número en el que los actores/bailarines deambulan y danzan encendiendo y apagando “sus cuerpos” en una contundente coreografía para nuestros ojos confundidos y sorprendidos con los guiños y los engaños del cerebro. Como colofón, un bis “a pie de calle”, a la salida del teatro en un ritual que, de anecdótico, ha pasado a ser rutinario en sus espectáculos. Pero de esta forma los actores se trasforman en humanos y el ritmo es lo único indispensable.
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