Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

lunes, noviembre 08, 2004

“Piano y, otra vez, caramelos

El Aula de Música de la Universidad de Cantabria ofreció, el pasado domingo, un concierto protagonizado por el pianista madrileño Gonzalo de la Hoz bajo el título de ‘La pequeña forma en el romanticismo”. Una presentación más que suficiente para entender el contenido del programa compuesto por piezas breves de carácter libre compuestas en el siglo XIX.

El pianismo de este intérprete es un cerebral ejercicio de sincronía y ejecución con la que logra solventar con eficacia y sin más problemas las piezas que nos presenta. Más allá de la complejidad o virtuosismo de las mismas, de la Hoz asume y enseña el contenido de las obras con una precisión casi quirúrgica. Pero el precio que paga por mirar la música desde esa atalaya está en detrimento directo de la expresión y la explicación más profunda que tendrían que acompañar a cada título. Especialmente al tratarse de un repertorio romántico. Logró más coherencia en estos asuntos en la segunda parte del programa y en el Brahms de la primera mitad. Su visión de Chopin fue clara y potente así como el Liszt, que empezó dubitativo, termino siendo tajante y con un nivel muy alto. Para postre, a modo de bis, la mazurca de Chopin que suele dar de propina el propio Sokolov; al menos la dio en el famoso concierto de París y en el que ofreció este verano en Santander.

En otro frente, el que frecuente e inevitablemente hace que en estas páginas termine hablando de cuestiones extramusicales, una nueva referencia a los caramelos de la discordia que, en invierno de forma especial, interrumpen los conciertos. El otro domingo me sorprendí al ver que, tras la primera nota del concierto, justo en ese segundo, mi compañera de asiento sacaba, no uno, sino un puñado de estridentes caramelos envueltos en papel de plata para ir ofreciéndoselos a sus amigas “de concierto”, hablando entre sí con voz muy baja. Una de ellas ya había empezado a hacer fuegos de artificio con una linterna que encendió justo un segundo después de que las luces se apagaran. ¿Por qué mirar el programa cuando la luz de sala está encendida si se puede hacer con una linterna de color verde cuando se apaga...? Al final las invité a esperar a los aplausos para seguir con la fiesta del azúcar, pero lejos de entenderme mi amiga sonora me ofrecía, amablemente, su programa de mano. ¿Saben? Hace unos días me mandaron callar en la Filarmónica de Berlín porque estaba hablando con un amigo cuando todo el mundo aplaudía a rabiar. Me pareció un exceso de educación no poder “comentar la jugada” al tiempo que aplaudía, pero lo del domingo... más que exceso fue falta.