“Nikoláis: el valor del grupo”
El Palacio de Festivales nos ofreció, el pasado viernes por la noche, un magnífico espectáculo de danza protagonizado por el Nikoláis Dance Theatre y que estuvo dedicado al que fuera su creador, Alwin Nikolais, en el décimo aniversario de su desaparición.
Fue muy interesante encontrarse con la creatividad de este coreógrafo desde la perspectiva del paso del tiempo. Sus creaciones, algunas firmadas hace medio siglo, son aún hoy en día fuente inagotable de talento y la evidencia de un precursor que dio material de trabajo a muchos artistas posteriores. Sus obras parten de figuras esquemáticas bidimensionales, casi bocetos sobre un papel, que luego pasan directamente al escenario, o al menos eso es lo que se nos antoja al enfrentarnos a composiciones claras en lo formal y distanciadas de cualquier afán expresivo en lo emocional. Parece como si la “no felicidad” fuera la cualidad explícita de los sentimientos del rostro de los danzantes, ahora piezas de un puzzle, ahora elementos externos a un todo común, pero ajenos a intenciones discursivas ajenas al movimiento en sí mismo.
El grupo, la noción de conjunto, castigan el concepto solista en la danza. El protagonismo de cada número, tanto los firmados en los años 50 como en los escritos en la década de los 80, es la compañía o, a lo sumo, parte de ella, sin la intención de tener “primeras figuras” o algo parecido. La importancia está en el gesto que surge de diversos elementos pertenecientes a un mismo todo: la creación coreográfica en sí misma. El uso de los objetos –espejos, tiras elásticas, sillas o sacos dorados- fue otro elemento presente en la Sala Argenta.
La música es el punto generador del discurso coreográfico y es, en si misma, un elemento artístico de primer orden. Música concreta escrita en el tiempo en el que Pierre Schaeffer empezaba a investigar esta “ciencia de los sonidos” y con todo el sabor de las propuestas de John Cage y la incertidumbre del azar como punto de partida. Desde la butaca disfrutamos con esto y con mucho más: con la trasgresión a las normas académicas y a las ideas preconcebidas, con el concepto de cuerpo como algo “no extraño” a lo que somos. Pero sobre todo disfrutamos con la constatación efectiva de que la ideas de Nikoláis permanecen vivas en espectáculos de Bob Wilson, en la óperas de Philip Glass o en El Circo del Sol.
Dentro de las coordenadas estéticas de las que les hablamos, la diversidad entre las coreografías que integraron el espectáculo fue manifiesta; desde obras más experimentales en un modelo que nos conducía “de la idea al hecho” hasta otras con cierta dosis de tregua a lo intelectual. ‘Crucible’ fue la mejor manera de empezar el espectáculo, una obra en la que, literalmente, vemos nacer el cuerpo coreográfico desde el movimiento más minúsculo de un solo dedo. Y como fin, tras la descarga electroacústica, cierto descanso y el reencuentro con la armonía tradicional en el divertido ‘Mechanical organ’. Una gran noche de danza y, sobre todo, una necesaria lección de historia para muchas butacas que aún “se mueren por lo clásico sin saber contemplar lo ‘moderno’... aunque tenga cien años”.
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