“Emocionado ante la Pasión de Azaña”
El pasado sábado el Palacio de Festivales acogió nuevamente a la figura de José Luis Gómez en una magistral lección de Arte Dramático –con mayúsculas del quien es, sin ningún género de dudas, uno de los mejores intérpretes del momento-.
El que unas horas antes había sido en el mismo escenario Cernuda, en su ‘memoria de un olvido’, ahora se transformaba en don Manuel Hazaña para, en voz de sus escritos y discursos, traer al presente momentos del pasado que no conviene perder de la memoria. Para el mundo que vivimos, con políticas en las que se discute sobre una discusión, no es malo recobrar argumentos que hablan de cultura, de arte, de España sin la connotación que se añadiría al nombre de nuestro país pasado el tiempo desde la entregada perspectiva de un hombre apasionado.
El artificio teatral se despoja de excesos para la escena, y con lo mínimo y una luz que va más allá de lo posible, se nos presenta un trabajo que emociona. Tal vez este sea el único fin a perseguir desde la butaca de un teatro: empaparse de lo que se nos ofrece y lograr la emoción sin trabas. Siendo sincero –y mucho- me confieso encandilado y arrebatadamente emocionado con la ‘Pasión española’ de Manuel Azaña.
Mencionábamos la luz, un elemento de distinción del Teatro de la Abadía, empleada de forma sabia y mágica al mismo tiempo, rechazando el rostro del actor para sugerirnos la imagen del personaje. No hablamos de artificios, sino de oficio de maestro.
De esta forma, con luz y cuerpo, con la voz trasformada en registros de anciano, de reflexión, de discurso o de entrevista Azaña y José Luis Gómez conmovieron y arrancaron, por fin, un gran aplauso desde las butacas de la Sala Pereda. Y es que no somos un público que se entregue en el aplauso salvo excepciones como la que nos ocupa. Hacía mucho tiempo que no presenciaba una ovación tan prolongada... ni tan merecida.
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